El Movimiento de Regeneración Nacional ganó las elecciones un día como hoy de hace un año, pero todavía está lejos de tomar el poder.
Una coalición de hombres y mujeres de buena voluntad que, sin importar su origen socioeconómico, su creencias religiosas o la falta de ellas, si crecieron en el campo o en la ciudad e, incluso, si eran militantes de otros partidos, logró construir una mayoría social que puso en el centro del debate la intolerancia férrea a la corrupción, la esperanza estructurante de un nuevo régimen y la confianza con ojos abiertos en la voluntad de un dirigente para poder llevar esta empresa a cabo.
Esa mayoría social se convirtió en una mayoría política el pasado 1 de julio, que permitió a Andrés Manuel López Obrador ganar la presidencia de la república y a su coalición controlar ambas cámaras del Congreso de la Unión, junto con las gubernaturas de Morelos, Veracruz, Chiapas y la Ciudad de México.
Con el 53% de los votos, el 1 de julio México se iba a dormir con un virtual presidente electo. A un año de la elección, no hay un solo estudio demoscópico serio que no diga que, de presentarse hoy a las elecciones, las ganaría con más votos que con los que ganó originalmente. Conforme pasan los meses, queda claro —para algunos, no todos— que el presidente López Obrador cuenta con una legitimidad suficiente y sostenida en el tiempo, inexplicable para los neoliberales que fueron sacados a punta de votos de las estructuras de poder del Estado. Sin embargo, hay quienes todavía se rehúsan a entender y, por lo tanto, se vuelven inútiles para explicar lo que pasó ese día, el proceso histórico que lo antecedió y lo que representa en términos políticos para el país. Los que no soportan que un naco venido a más de Macuspana, Tabasco —que no habla inglés, no juega golf y desdeña la parafernalia del poder— sea hoy el presidente de México. Es contra ellos contra los que el movimiento todavía lucha. Es contra ellos los que el movimiento todavía se enfrenta. Porque hay quienes todavía se rehúsan a perder privilegios por pensarlos como derechos adquiridos: quienes creen que, por su posición social, ascendencia o grado académico, son mejores que otros.
Los hemos leído. Los hemos escuchado. Me refiero a esos que reniegan del liderazgo político de López Obrador y que desdeñan el carácter social del movimiento que lo respalda. Este grupo, el cual se ha ganado a pulso el mote de Reaccionarios, si bien son marginales en términos relativos, sigue siendo lo suficientemente influyente por la posición de poder que ocupa en el sistema político. Me refiero a la decadente politología mexicana, que lejos de producir con rigor y método nuevo conocimiento sobre lo social, se ha dedicado a reproducir prejuicios en medios de comunicación y a cobrar por ello. Me refiero a una parte de la clase empresarial, que lejos de invertir o de innovar se ha dedicado al rentismo bajo un modelo de negocio extractivo y excluyente. Me refiero a los centros de poder neoliberal, como los bancos, las calificadoras, los centros de investigación estilo think tanks como Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) o el Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO).
Detrás del velo de la técnica y del manto protector de “lo ciudadano”, estos referentes simbólicos ordenaron y dieron sentido a la pregunta sobre por qué las cosas son como son y no de otra manera. En este interregno de cambio de régimen, se resisten a morir y se aferran al poder que les queda. Poder que no pasa por la rendición de cuentas democrática de las urnas, de ahí su carácter fáctico.
Tener presente que ganar la elección es un primer paso, pero que tomar el poder es el Norte real hacia donde debiera apuntar nuestra brújula politica es fundamental. Quienes acusan con desdén que el presidente López Obrador sigue en campaña, tienen algo de razón. El movimiento está en una campaña permanente por movilizar, aglutinar y dirigir a la mayoría social que no quiere volver a ver a su patria de rodillas sirviendo a un comité de gerentes, en vez de a la gente sencilla que la necesita. Estar en las instituciones no basta. Hace falta recomponer una idea compartida de sociedad, desde abajo y entre todos. Tomará años. Pero mas vale empezar ahora que nunca. Pero más vale tener claro contra quién combatimos (todavía) que pensar que la lucha ha terminado.
Antonio Attolini. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM. Reserva patriótica. Analista político y productor de contenidos en medios de comunicación.