En política, la herramienta del calendario es poco más que un formalismo de supuestos principios y finales: una referencia que sugiere caminos, límites y efemérides, pero en el que no caben esas décadas que se explican en párrafos y esos hechos que no se comprenden sin décadas de sedimentación política.
Si tuviéramos que elegir una herramienta que nos permitiera medir de una manera más fidedigna los tiempos inmediatos del proceso político deberíamos utilizar un termómetro, porque es en el clima social, en los niveles de actividad, participación y entusiasmo donde se mide la calidad política de los tiempos que nos han tocado vivir a un año de la victoria electoral de Morena y a 7 meses del inicio de su mandato.
Para valorar el impacto y la dimensión del gobierno de Morena necesitamos prestar más atención a las señales del termómetro y menos a las rutas calendarizadas desde los ríos de tinta de un establishment mediático que ya no goza del sagrado derecho a lo incuestionable, porque Andrés Manuel no sólo tiene otros datos diferentes a los de los agoreros del desastre: también tiene otros tiempos.
Comencemos por enlazarnos con la promesa principal bajo la que se presentó un proyecto electoral y nacional, articuladora de todo lo demás y desnudada desde el propio nombre del partido: la regeneración de la vida pública nacional, frente al secuestro que se produjo por una parte de las élites económicas y políticas privilegiadas del engranaje institucional del estado mexicano en su conjunto para ponerlo al servicio de sus intereses privados.
Esta promesa se sintetizaría en algo tan sencillo como la recuperación del estado para las mayorías: “Por el bien de todos, primero los pobres”, eslogan en 2006 de la campaña presidencial de AMLO. Asumiendo que las raíces políticas del presidente y de su partido están claras desde hace más de una década, antes incluso de la fundación de Morena como partido, pareciera que son más los sorprendidos que las sorpresas, los deshonestos que los desencantados: los que eligieron la falsa tentación de la inocencia para no asumir el duelo de que había un modelo que los encumbró en el cobijo del privilegio que ya no va a volver.
Si Andrés Manuel ha logrado que cada toma de decisión sobre elementos importantes del futuro del estado mexicano se convierta en un asunto de discusión pública, en el que se pueden encontrar, al menos, dos posiciones claramente diferenciadas sobre qué hacer, elevando la temperatura del termómetro con debates en taxi, conversaciones en las redes, conferencias de prensa, marchas opositoras y apoyo popular, ha conseguido lo único que nos prometió: regenerar la vida pública y democrática de la nación para que la política deje de ser un juego de élites que toma decisiones sin contar con las mayorías en reservados y despachos.
AMLO está cumpliendo lo que prometió: es eso lo que desorienta a algunos.