«Apenas estamos iniciando con la transformación de México», suelta López Obrador en la primera pausa de su discurso.
«Hemos trabajado con intensidad y vamos avanzando», asegura.
Ha estado hablando por poco más de 60 minutos continuos, con una idea en mente: lo que se ha hecho en los primeros siete meses de este gobierno basta para distinguirlo como un proceso de cambio.
Y con una aclaración detrás: es sólo el principio.
Como en informe presidencial ante el Congreso de la Unión, pero donde la audiencia no son grupos parlamentarios sino las multitudes que, desde distintos puntos de la república, se reúnen en el Zócalo para celebrar un año del triunfo electoral, el tabasqueño enumera.
Enumera, enumera, enumera. Combate al huachicol. Suspensión de pensiones a expresidentes. Apertura de Los Pinos. Aumento del salario mínimo.
Proyecto cultural en el Bosque de Chapultepec. Consolidación de un espacio de conservación y aprendizaje ecológico en las Islas Marías.
Cancelación del aeropuerto de Texcoco. Acusación de que se pretende un sabotaje legal contra el aeropuerto de Santa Lucía.
Subasta de aviones y helicópteros para entregar los recursos obtenidos a pueblos de Oaxaca. Inyección para engrosar la producción de petróleo, gas y electricidad. Compra de fertilizantes para apoyar la producción en el campo.
Apoyo a adultos mayores, jóvenes y personas con discapacidad. Entrega directa de recursos sin intermediarios que los jineteen. Impulso a los programas prioritarios del Plan Nacional de Desarrollo.
Disciplina fiscal, aumento en las declaraciones fiscales, récords en remesas migrantes, inversión extranjera. La corrupción y el fraude electoral, catalogados como delitos graves.
Promoción al boxeo, caminata y beisbol. Reestructuración del Conacyt.
Aseveración de que la reunión del G20, recién celebrada en Osaka, Japón, adoptó la propuesta mexicana de atender la crisis migratoria mediante planes coordinados para el desarrollo.
Evaluación y promesa. El presidente celebra lo construido y refrenda las promesas de su sexenio. Reconoce los asuntos pendientes.
«Falta mejorar el sistema de salud, debe crecer más la economía y todavía se mantienen los mismos niveles de violencia que heredamos del antiguo régimen».
Originarios de Oaxaca, Tlaxcala, Puebla, el Estado de México, los presentes le aplauden y corean: «Presidente, presidente».
«Nosotros somos auténticos, pacifistas y transformadores al mismo tiempo. En la defensa de las causas de la honestidad, la justicia y la democracia no somos moderados: somos radicales», apunta el ejecutivo federal al micrófono.
Antes de que todo comience, uno de ellos procura lentamente los últimos amarres para echar a andar su matraca. Otros se pasean en atuendos estrafalarios. Otros se sientan en el piso para resistir una ceremonia civil que se prolonga.
Por ahí andan las capas de plástico por el agua derramada, los sombrerudos bailadores, las banderas del orgullo, las quejas contra el poder judicial, la fiesta a medio vuelo, flama que no se acaba de consolidar.
En primera fila, el gabinete federal atiende la casi hora y media de discurso. En el templete lo acompañan Beatriz Gutiérrez Müller, académica y esposa del mandatario; Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la Ciudad de México, y Porfirio Muñoz Ledo, presidente de la Cámara de Diputados, testigo profundo de la vida política de México desde hace unas seis décadas cuando menos.
La lluvia, anterior al arranque del discurso, amenazó con dispersar a la multitud, que escuchaba distraída a Margarita La Diosa de la Cumbia y al mariachi de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), pero amainó unos 30 minutos antes del ejercicio de la palabra.
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Son las fortunas raras que acompañan a un líder popular, con un apoyo histórico que parece irritar por su arraigo a la oposición, más acostumbrada a dialogar entre élites y expertos, en foros internacionales, en restaurantes, entre iguales, entre ellos.
Las inmensas dificultades de México, uno de los países más complejos del mundo por su riqueza cultural, su salida a dos oceános, sus climas, su posición geopolítica, su trayectoria, su maltrato, su profundidad, sus lenguajes, sus dudas, sus cicatrices, sus confusiones, sus inmensidades, siguen aquí. Se han solidificado durante siglos y doce meses no bastarán nunca para disolverlas.
Pero algo se hace. Una administración federal, pues, celebra el acompañamiento ciudadano en la plaza icónica de la protesta social en la historia ciudadana del país.
Por algo se empieza. Con lluvia o sin ella, con la flauta de Horacio Franco y el contrabajo de Víctor Flores sonando su virtuosismo cultista mientras los miles desalojan lentamente.
Por algo se empieza. Parecen saberlo las gorras, banderas, sombreros estrafalarios y hasta los superhéroes que caminan por la plancha impregnados de un concepto:
Me canso ganso.
