Durante estos primeros meses de la administración del Presidente López Obrador, la Reacción ha reciclado los mismos enmarcados desgastados de siempre para tratar de hacer que la gente “se dé cuenta” del “error” de votar por él. Si no es con algún insulto clasista y pretencioso (algo sobre sus zapatos sucios, o el traje que no le queda bien, o la comida que come y dónde la come), recurren a la llamada de alerta por la inminente “dictadura” que se avecina y los “riesgos” que corren las libertades de los ciudadanos con él al frente como Presidente. Pura tontería, pues. Sin embargo, en un campo discursivo en particular la Reacción parece ganar terreno y aglutinar sus ansiedades y angustias, que seduce a propios y extraños. ¿Cual? Ese discurso que fetichiza a la técnica, que desconoce todo rigor que no sea el instrumental y que esconde a la ciencia detrás de un discurso neutral cuando, en realidad, está al servicio de una intención política. Ese es el discurso de la cientificidad.
Todo porque un día, de manera desparpajada y hasta risueña, el Presidente López Obrador dijo que “gobernar no tiene mucha ciencia”. Y es cierto. Lo que también es cierto es que esto le sirvió como excusa a la Reacción para enredarse otra vez en una nueva bola de estambre y atacar desde el prejuicio y la ignorancia. Pero después vino la renuncia del secretario de Hacienda y este discurso ganó otro sentido y la cosa se puso un poco más seria. Por eso quise escribir estas intuiciones en el ánimo de ordenar un poco el debate sobre el tema y arremeter en contra de este espectro ideológico. Bueno, ¿pues qué esperamos?
Combatir la cientificidad, que no es lo mismo que la ciencia, es combatir un discurso ideológico y políticamente motivado que, como primera instancia de batalla, se rehúsa a considerarse como tal. En termino lógicos, pudiera decirse que la ciencia se asume general y universal cuando en realidad es tan particular y contingente como cualquier otro discurso. Su sustento está en suponer que las personas con conocimiento técnico han alcanzado a desarrollar un vaso comunicante único con el mundo y su realidad. Conocen de todo, entienden de todo y su hoja de ruta es la única posible para alcanzar el progreso. No hay cabida para la aleatoriedad y la improvisación, más allá de los márgenes de error y los residuales de sus intervalos de confianza y sus regresiones lineales.
Dice mi maestro Julio Aibar y dice bien: “Las hipótesis científicas no son simples suposiciones que se piensen a prueba de cualquier modo. Una hipótesis científica es una pregunta que se desprende de un enunciado teórico y se prueba por métodos determinados cuya característica es que sea reversible y replicable y que no siempre se hace de un modo experimental. Gobernar no es eso, lo cual no implica que se esté en contra de la ciencia o que no se la emplee.” Este lenguaje cientificista se reviste de autoridad, no la del conocimiento acumulado que se invoca a través de citas o de condiciones dadas previamente que se asumen evidentes —i.e. la gravedad—, sino de aquella que el neoliberalismo construye por su desprecio a lo político. A esta manera cientificista de hablar sobre el mundo se le asocian conceptos como estabilidad, racionalidad y seguridad. En cambio, al lenguaje de lo político se le tilda de errático, irracional y hasta peligroso.
Lo hemos escuchado. El discurso de la cientificidad considera a la lealtad política (“tengo fe y confianza en el Presidente”) un disparate, una anomalía. Su deriva llega a tal grado de equiparar al compromiso militante con la convicción religiosa (“son una secta”) y, por lo tanto, fanática (“defienden lo indefendible”). Combatir la cientificidad, que no es lo mismo que despreciar la evidencia o el rigor, es combatir la reducida idea de completitud que asume que nada considerado como “imposible” —según los márgenes y alcances de la ciencia en un momento dado— puede suceder. Si esto que digo no es, de hecho, como suceden las cosas, ¿cómo se explica la transición de un paradigma científico a otro? Así como mudamos de costumbres, también lo hacemos de marcos teóricos referenciales. Y es que, en política, cambio de régimen también es cambio de mentalidad.
Antonio Attolini. Licenciado en ciencia política por el ITAM. Reserva patriótica. Analista político y productor de contenidos en medios de comunicación.
@AntonioAttolini