El triunfo de AMLO en el 2018 no se puede entender sin analizar el papel de quienes hoy son oposición y de las decisiones que tomaron cuando ellos ocupaban el poder mientras gobernaban. El triunfo de AMLO no fue únicamente por la gran campaña que realizó en los tiempos oficiales o extraoficiales, su victoria es producto de un enojo y hartazgo social con todo lo que estaba establecido en nuestro sistema político previo a la elección.
Venimos de ser gobernados por el PRI durante 70 años en que el partido se alejó de las causas sociales y de una alternancia con el PAN que duró 12 años. Los dos sexenios del PAN no terminaron de consolidar el cambio por el que se votó en México en el 2000, el PAN decepcionó a los mexicanos al no terminar con las estructuras de corrupción y administrar la pobreza. No hubo entonces un cambio real entre el partido hegemónico tricolor y lo que el PAN ofreció para que nuestro país fuera distinto. La violencia e inseguridad se dispararon y la pobreza se mantuvo.
Fue el PAN quien le regresó el poder al PRI que se decía transformado, que había aprendido la lección y que era distinto al viejo PRI del cual los mexicanos estaban hartos. Este nuevo PRI que tomó el poder con Enrique Peña Nieto tuvo como común denominador los constantes escándalos de corrupción que reventaron tanto en el gobierno federal como en los gobernadores del PRI. En la mente de los mexicanos el partido adoptó el sello de la corrupción como marca, aderezado con un toque de frivolidad y lejanía de los verdaderos problemas de la gente.
Mientras esto ocurría, Andrés Manuel López Obrador avanzaba a pasos lentos pero seguros, construyendo un discurso mesiánico que adoptaba el mensaje de los ciudadanos y le daba voz en la arena pública. AMLO se convirtió pronto en el vocero de millones de mexicanos hartos de los excesos, los privilegios, la corrupción, la impunidad y la pobreza.
Él encarnaba las luchas que el pueblo mexicano quería dar sin encontrar resonancia en los
partidos políticos tradicionales ni en el gobierno. Fue así como se convirtió en el candidato mejor posicionado y como obtuvo un avasallador triunfo en las urnas el 1 de julio del 2018.
En ese contexto, la oposición no sólo terminó lastimada por la escasa confianza que los mexicanos depositaron en ellos durante el proceso electoral, que se convirtió en una pírrica representación en las cámaras de diputados y senadores y en la pérdida de importantes bastiones a lo largo y ancho del país. Con AMLO como la única cara visible de Morena, este partido había consolidado su fuerza en prácticamente todos los rincones de México.
El desgaste de la oposición política es resultado de la lejanía que tuvo del pueblo mexicano, de los que acuden a las urnas a votar. No se dieron cuenta que las viejas tácticas no funcionarían en la elección del año pasado. Se confiaron y fueron derrotados.
Hoy, a un año de esa fecha histórica para México, el PAN, PRI y PRD siguen en sus procesos de reflexión para entender lo que sucedió el 1 de julio; sin embargo, no terminan de darse cuenta de que, más allá de reflexionar, es necesario hacer un acto de contrición.
A un año de que AMLO noqueara a la oposición, el presidente mantiene cerca del 70 por ciento de aprobación y apoyo social. Hoy por hoy AMLO cuenta con las herramientas necesarias, como la popularidad y el apoyo del pueblo, para impulsar sus propuestas de gobierno, además de que cuenta con la mayoría que lo respalda en el Senado, la Cámara de Diputados y más de 17 congresos locales. Otro de los puntos que hoy juegan a su favor es la débil oposición, que todavía no ha consolidado una figura de liderazgo nacional en ninguno de los partidos políticos.
La oposición, entendida como los grupos parlamentarios en el Congreso y como los líderes partidistas, lanzan criticas a las acciones del gobierno de AMLO como si tuvieran la legitimidad y la credibilidad para hacerlo. No han entendido que el pueblo, por más que se diga que no, tiene memoria, y que hoy por hoy en el imaginario colectivo los partidos políticos tradicionales siguen siendo los causantes de los males que aquejan a este país.
Por eso, cuando la oposición lanza críticas a las decisiones de AMLO, éstas no tienen resonancia en los electores y, más allá de recibir apoyo, se convierten en búmeran que les recuerda lo que, a juicio de los electores, fue lo mal que ellos hicieron su trabajo cuando estuvieron en el poder.
La oposición debe hacer una autocrítica. Aceptar sus errores sin dejar de reconocer sus aciertos y los grandes logros que se obtuvieron para México. Pero, sobre todo, la oposición debe ofrecer disculpas creíbles a la población. Y de manera congruente, comenzar con un verdadero proceso de renovación para recuperar la credibilidad que perdieron. No es una tarea fácil y pareciera que muy pocos son quienes la han entendido de esa manera.
En el Senado, vemos perfiles como Xochitl Gálvez, que ha dado batallas a algunas decisiones del presidente que competen a la cámara alta. Xóchitl Gálvez es de los perfiles más limpios de Acción Nacional, un perfil que ha sido congruente con sus luchas y que no ha perdido la esencia de trabajo y responsabilidad desde que comenzó su carrera en la vida política y el servicio público.
En lo local, Javier Corral es el único gobernador que ha hecho frente a AMLO, sin embargo,el contexto de inseguridad en Chihuahua desacredita la lucha por convertirse en oposición del presidente. Desde las cúpulas del partido en ocasiones pareciera que se preocupan por temas frívolos más que por temas que verdaderamente preocupan a la gente. Mientras tenemos fallas en materia de salud, el PAN voltea a ver a Venezuela y no investiga y señala con argumentos las fallas y errores en materia de salud.
El PRI, por su parte, al ser el partido que precedió a AMLO en el poder y a quien se le acusa de los grandes males que, a juicio de los mexicanos, padece el país, hoy mantiene más una
batalla interna entre sus grupos para quedarse con lo que queda del partido, y ha olvidado reconocer el por qué los mexicanos le dieron la espalda.
Hoy el PRI es el partido político que, por su mala imagen, menos pinta como oposición. En los estados, los gobernadores prácticamente se alinearon al presidente y no hay uno solo que tenga posicionamientos contundentes en contra de lo que algunos consideran malas decisiones del mismo.
En Movimiento Ciudadano se está dando un caso interesante, sin embargo los mexicanos no le han perdonado que se haya aliado al PAN en la pasada elección, cuando MC había sido siempre un partido que acompañaba a la izquierda en los procesos electorales.
Aún con los negativos por esa decisión, en el Senado vemos personajes que comienzan a perfilarse como oposición responsable y férrea a AMLO: Tal es el caso de los senadores Patricia Mercado y Samuel García, que, cada uno con su estilo, abanderan luchas sensibles, como el tema de las gasolinas o los derechos de las trabajadoras del hogar y la igualdad de
género.
En los estados, Enrique Alfaro ha sido el gobernador que se ha definido abiertamente como opositor a Andrés Manuel López Obrador, defendiendo el federalismo y el presupuesto para su entidad. Sin embargo, en las últimas semanas la inseguridad se ha disparado en Jalisco y si no controla este problema, si no pone orden primero en su casa, sus acciones como contrapeso del gobierno federal serán percibidas como oportunismo político.
El PRD también fue de los partidos que más perdió en la pasada elección. Morena absorbió prácticamente a todos los cuadros de este partido político. A nivel nacional sólo le queda el estado de Michoacán, gobernado por Silvano Aureoles, quien en la campaña prefirió dar su apoyo abiertamente al PRI incluso por encima que el PAN, que era parte de la coalición. Al no controlar los problemas educativos y magisteriales, así como los de inseguridad y violencia, tampoco Aureoles puede presentarse como el opositor al gobierno de Andrés Manuel.
Hay un refrán que dice que para tener la lengua larga hay que tener la cola corta, y en este momento la oposición tiene la cola muy larga por las decisiones que tomaron cuando fueron parte del poder público.
Ante el vacío, es la sociedad civil y los sectores empresariales quienes están llenando ese vacío en la arena pública, en muchas ocasiones buscando defender sus propios intereses.
La esperanza para los partidos políticos de oposición es consolidar una nueva generación de políticos desde lo local. Comenzar a construir una imagen de congruencia, que vuelva a los orígenes de la política en las calles y que atienda los vacíos que dejará el gobierno de Morena.
Hay que recordar que Morena es un partido que se ha formado por disidentes de todos los partidos políticos y que, en muchos casos, los personajes locales que figuran en las arenas públicas de los estados son de dudosa reputación.
Probablemente la verdadera oposición se consolide desde lo local porque el manto de la popularidad de AMLO no terminará de ser lo suficientemente amplio para las próximas elecciones.
Si la oposición mantiene su línea discursiva y reaccionaria contra el gobierno de AMLO, lo que generarán es una reacción de tipo búmeran. Los partidos de oposición tienen que construir un nuevo discurso que seduzca a los inconformes, que realmente genere una resonancia en quienes comienzan a estar en descontento con las decisiones que se han tomado desde Palacio Nacional.
La pregunta aquí sería ¿tendrán la capacidad de escuchar a este segmento que existe y que hoy por hoy está huérfano?
José Manuel Urquijo. Consultor y estratega en comunicación política.
Twitter: @JoseUrquijoR