En lo personal, he sido acribillado docenas de veces con esas palabras. Y si cada una de ellas, de esas palabras, fueran munición, hace tiempo que ya habría muerto empapado en mi propia sangre, porque, en el mundo de las ideas y de las palabras, la tinta es peor que el napalm: la pluma firma la orden y, finalmente, los fusiles la ejecutan.
En la nación de los periodistas, curioso gremio maltratado que, por una extraña razón, suele ponerse más del lado del patrón y del poder que de las causas sociales, que de lo popular, es común ser juzgado por defender ideas e incluso por comulgar con un político, sobre todo si ese político rompe con el discurso hegemónico prevaleciente. Se señala, de forma flamígera al periodista que quiebra la aparente y falsa neutralidad que, supuestamente, siempre debe llevar tatuada en la piel o colgada del cuello como un escapulario. “Periodistas militantes”… “paleros”… y otras joyas se les dice, de forma despectiva, casi como un insulto, a aquellos insensatos que se alejan del espejismo de la objetividad para salir a defender una ideología o una persona.
Como si realmente existiera la neutralidad, como si, realmente, los periodistas fuéramos seres mental y emocionalmente estériles incapaces de sentir o de tener nuestras propias convicciones. Como si no tuviéramos detrás toda una historia y un marco de referencia que determinan la forma en la que interpretamos la realidad. Como si militar fuera algo malo. Nuestro papel, entonces, es ser meras maquilas de palabras e información. Y hasta ahí. No te atrevas a decir que estás con los pinches maestros o con el pinche Peje. De hacer eso ya no eres periodista, eres militante. Eres un jodido palero.
He escuchado a importantes estrellas del periodismo —porque en el periodismo hay castas y no es lo mismo un peón de redacción o un mugre reportero que un opinócrata o un multipremiado editor— clamar, con total seguridad, que los periodistas hacemos periodismo y no propaganda. Claro, porque hablar bien del empresario benefactor, que nos azuza a golpear gobiernos, no es propaganda, es periodismo independiente. Respaldar al presidente, por otra parte, es “sucio”, es ser militante, es no estar comprometido con el periodismo libre, independiente y otros adjetivos propios de las “democracias liberales”. Porque, claro, hay que despreciar todo lo público. No importa que el empresario benefactor evada impuestos y manipule gobiernos: los medios y organizaciones que financia son independientes. Y sí, quizá son independientes, pero independientes del pueblo: independientes de los muchos, no de los pocos. Reforma y Animal Político, por ejemplo, dicen ser independientes, pero lo son, quizá, sólo de los gobiernos emanados de la voluntad popular (aunque al final reciban millones de publicidad oficial), no de poderes empresariales y oligárquicos que tienen un interés evidente en incidir en la toma de decisiones.
Siempre, detrás, el odio a todo lo público. Si la Fundación Ford y MCCI financian un curso para periodistas, es para hacerlos mejores y para que sean auténticos guardianes de la democracia. Si Morena o una organización afín hicieran un curso para comunicadores, sería para moldear sucios propagandistas: y pegarían el grito en el cielo. Lo cierto es que no existe la neutralidad y todo el periodismo tiene, siempre, en mayor o menor medida, una carga propagandística, ya sea a favor del régimen (Reforma, por ejemplo, es un medio crítico de los gobiernos, pero defensor del neoliberalismo) o en contra, apoyando, por ejemplo, algún movimiento popular que busca cambiar el estado general de las cosas.
Lo cierto es que siempre hay un componente ideológico en el periodismo. Hasta la nota más inofensiva tiene, en sí, una carga ideológica. Ahora, no es lo mismo que como periodista milites con una causa o un régimen, lo cual no inhibe la posibilidad de criticarlos y hablar de los mismos con un apego a la realidad lo más objetivo posible, a ser un escribidor gatillero que se vende al mejor benefactor…
Héctor Gutiérrez Trejo. Periodista egresado
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM,
ha sido reportero de Reforma y coordinador editorial
de la revista Esquire Latinoamérica.