Habían pasado apenas 10 días de que tomó posesión en un Congreso de la Unión donde había todo, menos unión.
Colado entre los entresijos, sin posibilidad política y física de entrar al templete por la puerta grande, Felipe Calderón rindió protesta como presidente de México tras un proceso electoral que no ha podido deslavarse la acusación de fraude.
Con una retórica militar, que terminaría siendo una de las huellas imborrables de su sexenio, y en una maniobra que se considera más de legitimación que de estrategia ponderada, el panista anunció un despliegue militar en Michoacán.
Cinco mil elementos federales fueron anunciados el 11 de diciembre de 2006 para «blindar» carreteras y costas, erradicar ilícitos, establecer puestos de control, hacer cateos y completar órdenes de aprehensión.
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Aquel banderazo desató una crisis de seguridad que permanece hasta el día de hoy, con cientos de miles de muertos, desaparecidos, familias resquebrajadas, zonas controladas y disputadas por grupos criminales, entre otros factores.
La violencia homicida en el país continuó durante el siguiente sexenio, del priista Enrique Peña Nieto, y el actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador, ha repetido que no han podido disminuirla.
Entre los varios estados con crisis de seguridad, agudizadas por la estrategia de Calderón, destacan Sinaloa, Guerrero, Chihuahua, Veracruz, Michoacán, Guanajuato, Quintana Roo, Tamaulipas, Coahuila, Morelos y el Estado de México.
Calderón lanzó a las fuerzas armadas a las calles sin una estructura de erradicación de las causas de la violencia, como la desigualdad y el rezago social, ni un plan para profesionalizar a las policías, coludidas con el crimen.
La prensa dio cuenta del hecho en ocasiones con una retórica de triunfo y utilizando los conceptos militares, como «batalla» y «guerra», de aquella administración federal.
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Todas las imágenes de hemeroteca utilizadas en esta nota fueron fotografiadas en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, dependiente de la Secretaría de Hacienda.