En los últimos días muchos se han ido con la finta y han pensado que la cuarta transformación se trata de la técnica y del debate sobre la cientificidad. Que los pasillos de Palacio Nacional y de las diferentes secretarías están llenos de discusiones encarnizadas sobre si se quiere o se desprecia a los instrumentos de medición y al nivel de abstracción de los conceptos, y si durante la negociación con el gobierno estadounidense sobre los aranceles, el canciller Marcelo Ebrard debió buscar en Google Scholar: “¿cómo negociar con Donald Trump y además hacer que pierda las elecciones?”, de alguna académica de Harvard.
Pero en realidad, la 4T se trata de política. Porque desde el primer día el presidente de México habló de cómo el poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás, que no es otra cosa que la definición de política en su sentido más clásico. También, porque desde hace muchísimo tiempo ha planteado un cambio de régimen, y eso significa transformar los mecanismos de dominación que han imperado por años, incluyendo a la tecnocracia y su supremacía frente a la política.
Que no se mal interprete. Éste no es un alegato contra la técnica, siempre necesaria, ni contra los que sueñan con ser los Meade y Videgaray de izquierdas. Es, más bien, un espacio para hablar de la política, su autonomía e importancia para gobernar. De cómo Lázaro Cárdenas no traía a Keynes en la cabeza cuando realizó la expropiación petrolera. Que los impulsores de la seguridad social no tenían a la mano los manuales de Oxford ni los trabajos de Mesa-Lago para enfrentar los riesgos sociales que traían sufrimientos para las personas. De que un indígena sin posgrados logró que en Bolivia hubiera crecimiento y disminuyeran la pobreza y la desigualdad.
De cómo la política se trata de atrevimiento y desparpajo. De arriesgarse a decir sí cuando todos dicen no y de seguir luchando cuando nadie ve probabilidad de triunfo. Política es decidir; y hacerlo, como diría Kierkegaard y luego retomaría Derrida, es una locura, una situación de urgencia y precipitación. No es consecuencia de un saber teórico y a veces ni siquiera de una reflexión. Es un momento, un instante de valentía, que a veces puede resultar bien y a veces no.
También la política es resistir. Es soportar el agobio de enemigos y hasta de compañeros de trinchera. Es convivir, como diría un sociólogo alemán, con los demonios que hay en torno a todo poder, y pasar entre ellos asumiendo la responsabilidad de los actos propios, pero siempre tomando en cuenta las convicciones. La política se trata de conflicto, pero también de conciliación, reparación de agravios, reivindicación de la dignidad a los que se les ha negado y alivio de los dolores de los demás.
Quizás por todo esto en realidad no hay un desconocimiento de la importancia de la técnica, sino de la valía de política, y por eso escandaliza tanto el rumbo de la 4T. Y por esa misma razón es que en los pasillos de las universidades, en los cubículos, en las tertulias de los restaurantes y en los grupos de whatsapp, mientras se discute sobre los instrumentos de medición, el nivel de abstracción de los conceptos y las formas de negociación, alguien dice: “Es increíble cómo los dogmas impiden entender la política”.
Hugo Garciamarín. Politólogo por la UNAM y la Universidad de Salamanca.
Analista político y profesor en la Facultad
de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.
@hgarciamarin