El día de ayer se cumplieron 125 años del nacimiento de Vicente Lombardo Toledano, uno de los personajes más polémicos e interesantes de la izquierda mexicana del siglo XX. Su legado lleva mucho tiempo estando en discusión, aunque generalmente se acepta que fue un “palero del poder” y que en realidad ni fue tan importante. Yo no comparto esta opinión y espero tratarlo con más detalle en otra ocasión.
Pero hoy quisiera hablar de Lombardo y las transformaciones históricas de México. La idea de que nuestro país ha vivido tres grandes momentos de cambio era una idea generalizada en la Revolución. Hay registros de que uno de los primeros en mencionarlo fue el obrero textil Abraham Trujillo en 1907 y de que posteriormente también lo hizo Luis Cabrera en 1935. Sin embargo, quien terminó de darle forma y divulgarlo tanto en la izquierda como en el nacionalismo revolucionario fue el oriundo de Teziutlán, Puebla.
Fue en 1943, durante el aniversario luctuoso de Lenin en el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Su idea era explicar cómo durante las grandes transformaciones de México siempre hubo fuerzas reaccionarias que amenazaban con frenar los avances obtenidos. Pasó con la Guerra de Independencia, la primera gran transformación. También con las Guerras de Reforma, el segundo de los cambios históricos. Y sucedía con la Revolución, el tercer momento de cambio y el más profundo, según su opinión, por las fuerzas populares que lo acompañaban.
Desde entonces, las transformaciones y el significado de la Revolución fueron temas recurrentes para el lombardismo. Fueron debatidos en la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos y también serían la base de los principios del Partido Popular que se fundaría en 1948. De igual forma, se trataría de un eje central de su campaña presidencial en 1952 y elemento fundamental para la mayoría de los discursos que efectuaría en ese proceso.
Ya para 1964, en su etapa más oficialista, planteó una idea que, pienso, impactó en el imaginario colectivo de un sector de la izquierda e incluso, me atrevería a decir, de muchos de los que dejaron el PRI a finales de los ochenta. Pensaba que los valores revolucionarios se estaban perdiendo y que era necesario empezar una nueva transformación. Una que se planteara la nacionalización del Estado, que no era otra cosa que fortalecer la economía nacional y llevar a cada rincón del país la democracia, la justicia y la igualdad social. Lamentablemente para él y los suyos cuatro años después moriría sin empezar la transformación y su legado entraría en la discusión que comenté en un principio.
Lombardo estaba convencido de que el camino de los pueblos nunca termina y que toda evolución histórica se propone la superación de una obra ya realizada. Resulta interesante que, después de tanto tiempo, un gobierno de izquierda haya comenzado un proceso al que llama «la cuarta transformación» y que pretende ser más profundo que las tres transformaciones que tanto le obsesionaban.
Hugo Garciamarín. Politólogo por la UNAM y la Universidad de Salamanca. Analista político y profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.
Twitter: @hgarciamarin