A veces da la impresión de que los opositores de Andrés Manuel López Obrador especulan, critican y reaccionan sin entender bien nada. Da la sensación de que sólo leen “lo que el presidente quiso decir” de tantos opinadores y medios de comunicación que se han esmerado todo este tiempo en no querer salir de sus parámetros de referencia y, como consecuencia, no quieren entender nada. Da la sensación de que se informan a través de espacios que reciclan de otros espacios que tergiversan la información, y a partir de ahí generan una reacción “bien documentada”.
Muchas veces me pregunto: ¿a cuántos mítines del ahora presidente de México habrán ido? ¿Cuántas mañaneras completas habrán escuchado? ¿Qué tanto de la historia política y personal (bajo el entendimiento convencido de la premisa “lo personal es político”) de López Obrador conocerán? Y la respuesta que me doy es: parece que no han ido nunca, no han escuchado y conocen prácticamente nada.
Aunque me parece difícil hacerme a la idea de que alguien que verdaderamente se haya dado a la tarea de conocer a uno de los políticos más excepcionales de nuestros tiempos, que haya ido a tan siquiera un mitin, lo juzgue tan a la ligera, como si fuera igual a cualquier otro. En ningún momento supongo que el hecho de escuchar a Andrés Manuel directamente, sin intermediarios, conocer su trayectoria y haber participado de la sensación tan indescriptible de escucharlo hablar al pueblo de México en alguna plaza pública sea igual a no tener discrepancias con él, pero sí creo que para cualquier persona que busque que esté en el poder un hombre o una mujer culta, sinceramente preparada, que conozca a su país, que ame a su gente como pocos y que genuinamente quiera lo mejor para México, será difícil refutar por deporte, como lo hacen algunos, y conllevará necesariamente a hacer un ejercicio serio para explicar con otros parámetros de referencia lo que está pasando en la cuarta transformación de la vida pública de México.
Además es paradójico, porque da gusto que la oposición, con su férrea y dura reacción, esté viviendo uno de los momentos con mayor apertura democrática y con mayor respeto al disenso y a la libertad de expresión. El mismo Andrés Manuel lo dice todo el tiempo —“Bienvenido el derecho a disentir, en una democracia es muy sano que existan discrepancias”— y, tal cual, diario lo vivimos con la pluralidad de preguntas y amplitud de temas con los que se le cuestiona cada mañana.
Más allá de que parece que a veces la oposición reacciona más por afición a un deporte que por resultado de un ejercicio reflexivo serio, debería existir una regla mínima: si van a reaccionar —y ahora tienen la total libertad de hacerlo— que por lo menos sea con información de primera mano.
Julia Álvarez Icaza Ramírez. Abogada de la UNAM
con formación en derechos humanos.
Desde distintos espacios ha trabajado temas
de derechos económicos, sociales y culturales.
Actualmente investiga sobre justicia transicional,
reparación integral del daño y justicia restaurativa.
Twitter: @Jualicra