Se cumple un año del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la Presidencia de México.
Sí hay que celebrar: Fue una revolución de los votos. Los mexicanos salieron a castigar a la corrupción del PRI en el gobierno federal. A la falta de resultados tangibles de una década panista en el poder.
Pero hay mucho que temer: no sabemos hacia dónde va México. Hay incertidumbre. En todos los niveles. El presidente practica un centralismo del siglo pasado: Reconcentración presupuestaria. Reconcentración del poder. Quiere decidir hasta las plumas que se comprarán en Palacio Nacional.
No está mal cuidar cada centavo de los mexicanos. Pero, por este motivo, la economía se ralentizó. El empresario lo resiente. No me refiero al grande empresario: cualquier negocio. Se gasta y se compra menos. Desde el restaurante hasta la tienda departamental de cadena nacional o internacional. El ciudadano está a la expectativa. El que será beneficiario de los programas sociales a la espera de la ayuda.
Los morenistas aún están de festejo sin entender que una cosa es el presidente y otra los militantes y cuadros políticos que intentan colgarse de su figura. Es cuestión de ver al sur de Sonora donde no por ser de Morena ya todo se solucionó. Todo lo contrario: Navojoa, Guaymas y Empalme, principalmente. O en la frontera: Nogales, San Luis Río Colorado, Agua Prieta. Todos con problemas de seguridad y, en algunos casos, rebasados los alcaldes. Cajeme se cuece aparte: Sigue siendo el epicentro de la violencia en el estado. Imparable. Ya tiene 6 años así.
Nos han divido entre chairos y fifis. Si se cuestiona al presidente, perteneces al grupo social de la mafia del poder. Eres vendido. Estás en su contra. Si lo apoyas eres chairo. El mismo AMLO disfruta e impulsa este debate. La política de comunicación social es él.
Se reconoce la apertura inédita: Un presidente se para frente a la prensa diariamente para hablar de cualquier tema. Sin censura. Sin control de preguntas. A tema abierto. Impensable que Enrique Peña Nieto lo haga. O Claudia Pavlovich en Sonora. O Jorge Taddei, su representante en el estado. Pero todo va y cae a un mismo lugar, la mayoría de las veces: “Nuestros adversarios están detrás”.
A la crisis de seguridad que atraviesa México, al rebasar los 17 mil 500 homicidios este medio año, una cifra récord, no se le ve salida. Imposible que en un año se resuelva. Pero la delincuencia organizada cada ves tiene más peso en los estados y a los narcotraficantes ya no se les persigue.
La crisis migratoria que adoptamos sin exigirle a Estados Unidos nada genera muchas dudas: ¿Cuándo los países centroamericanos se harán cargo de sus ciudadanos? Estamos, sí, haciendo el trabajo a Estados Unidos cuando México tiene más de la mitad del país en pobreza y enfocamos energías a resolver la migración.
¿Quiénes, cómo, por qué saquearon a México? No responde. Solo acusa le herencia corrupta sin dar nombres. Mucho menos castigo: Por eso Enrique Peña Nieto aparece bailando y noviando, muy tranquilo.
Los frentes innecesarios por estancias infantiles, recortes a cultura, deporte, y otros temas vitales. Sin explicar por qué. Se reconoce la austeridad en la administración del poder, la honestidad del presidente. Pero no son suficientes para gobernar a México. Aunque como dice todas las mañanas en su conferencia: Él tiene otros datos de cómo va el país.
Estamos en un cambio e incertidumbre. Ojalá al cierre de año tengamos más elementos positivos y bases claras de hacia dónde vamos.
*Columna publicada previamente en EL VALOR
Luis Alberto Medina. Periodista. Director de Proyecto Puente
en Megacable. Premio Nacional de Periodismo 2014.
Twitter: @elalbertomedina