El debate de política exterior en México se asemeja a discutir el hombre-lobo: aparece cada luna llena y aparentemente viene con la intención de aterrorizarnos.
México está en una difícil encrucijada. El presidente Trump es abiertamente antimexicano, antimigrante y agita de manera amenazante una espada de Damocles forjada con medidas arancelarias. En el sur, miles de personas migrantes cruzan la frontera en búsqueda de mejores condiciones de vida. El debate interno en México se empantana entre las medidas a disposición del gobierno mexicano para resguardad legítimamente sus fronteras, mientras la infraestructura gubernamental tiene décadas de rezago para atender la magnitud del reto.
En una entrevista con Vice durante su toma de protesta, el presidente de El Salvador y estrella internacional de Twitter, Nayib Bukele, narra un intercambio con el secretario de comercio de EEUU, Wilbur Ross. El presidente Bukele comunica a su interlocutor estadounidense que “un empleo creado en El Salvador son cuatro personas menos en la frontera sur de Estados Unidos”. En otras palabras, cuatro personas menos de El Salvador cruzando México.
Pocos días después el presidente Bukele visitó Tapachula. En ese marco, el presidente López Obrador y el canciller Ebrard anunciaron que México expandiría el programa Sembrando Vida a El Salvador, lo cual significa una inversión de 30 millones de dólares para cultivar árboles de frutas y madereros. El programa alcanzará 100 millones de dólares para expandirlo a más países de Centroamérica. Además, existe un programa más amplio de cooperación con Centroamérica, que cuenta con el apoyo de aliados como CEPAL, Alemania, Chile o España, entre otros. En política hay que ver el bosque y no un árbol: la internacionalización de Sembrando Vida, la revisión integral de seguridad en las fronteras y el Plan Integral de Desarrollo.
La reacción no se hizo esperar. El resumen de la crítica es “¿Por qué México —un país con tantos problemas internos— donaría dinero para El Salvador?” La respuesta es: porque ayudando a otros, nos ayudamos a nosotros. Esto es la cooperación internacional para el desarrollo, un tema que no es nuevo ni debe asustarnos. En teoría —y práctica— de relaciones internacionales, ésta es una herramienta para que los países trabajen conjuntamente para detonar proyectos que mejoren la vida de las personas. Desde 2011, México cuenta con un órgano desconcertado de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Amexcid), que incluso debería de contar con más recursos para desarrollar y ejecutar proyectos de esta naturaleza.
El fondo del mensaje es que la migración debería ser voluntaria, no por necesidad. La realidad es más compleja y ningún gobierno tiene la capacidad de impedir un fenómeno global y natural como la migración. Falta menos de un mes para la luna llena que Trump calendarizó. Difícilmente se verán resultados de la cooperación en el corto plazo, pero eso no significa que no debamos redoblar esta apuesta.