Existen cientos de centros de detención alrededor de Estados Unidos. Son los lugares donde miles de connacionales viven la pesadilla migratoria que prometió el sueño americano.
Esta es la primera entrega de una serie que narra una visita a uno de ellos.
Tacoma es una ciudad portuaria ubicada a 40 minutos al sur de Seattle, en el estado de Washington. Tiene famosos estudios de vidrio soplado y un desagradable olor a azufre, que ha sido bautizado como “el aroma de Tacoma”.
Esta ciudad también es sede de uno de los centros de detención más grande de EU: el Northwest Detention Center (NWDC), un edificio sin rasgos distintivos o personalidad, que se podría confundir con una fábrica o un edificio corporativo. Técnicamente no es una cárcel, ya que quienes se encuentran ahí no cumplen una sentencia. No obstante, lleva a cabo una función similar: privar de la libertad a personas indocumentadas mientras esperan su resolución migratoria. Administrado por la empresa privada GEO —como es común en el país vecino— tiene una capacidad para albergar más de mil 500 personas.
Visité el NWDC por última vez hace algunos meses, acompañando al departamento de protección del Consulado de México en Seattle. Oficiales consulares mexicanos tienen la invisible y titánica tarea de visitar a las personas detenidas en el NWDC al menos dos veces por semana para brindar asesoría y acompañamiento durante su proceso migratorio. Hacen un gran trabajo con recursos limitados. El sistema migratorio de EU enfrenta muchos retrasos y ello deriva en que las personas detenidas pasen semanas o meses encerrados, lo que además genera incluso cierta familiaridad entre oficiales consulares y personas detenidas.
No todos los que llegan a Tacoma son detenidos en esa región. Tras el incremento de las personas detenidas en la frontera, ellas son enviadas a diferentes centros de detención que cuentan con espacios libres. Una persona detenida en el cruce fronterizo de San Ysidro podría ser enviada a Tacoma, a miles de kilómetros de distancia.
Tras nuestro arribo y registro, las autoridades de la prisión nos guían por las laberínticas entrañas del edificio hasta que llegamos a un zona de visitas. En el centro de este lugar se encuentra una estación de guardias. Desde su campo de vista, las personas están separadas por sexo en cuartos de cristales similares a peceras gigantes mientras esperan su turno para la entrevista.
Nos dirigen a un cuarto largo y frío donde entrevistaremos a los detenidos. Sólo hay un escritorio y tres sillas viejas. La puerta del cuarto se mantendrá abierta durante todo el tiempo. Esas paredes han escuchados todas las historias migratorias: madres que han sido separadas de sus hijas y ruegan por encontrarlas; pandilleros que huyen de la ley; personas que dejaron México por cuestiones de seguridad y tienen miedo a regresar; o quienes fueron detenidos por manejar en estado de ebriedad pero llevaban años de acatar las leyes. Un sinfín de realidades que invitan a que veamos la migración con otros ojos.
Luis Mingo. Internacionalista por la UIA con posgrados en LSE
y Fudan University. En cancillería trabajé en la Subsecretaría
para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos,
la Dirección General de Comunicación Social
y el Consulado de México en Seattle.
@Luis_Mingo_