Uno como sea. Pero, ¿y los niños?
Parece ser que llegamos a un nuevo punto bajo: Utilizar a niños y niñas migrantes como carnada electoral en Estados Unidos.
Existe una hipótesis sobre flujos migratorios que la administración Trump ha logrado posicionar y explotar: las personas —en gran número de origen centroamericano—envían a o viajan a Estados Unidos con sus hijos e hijas menores de edad para aprovechar las lagunas legales, explotar el sistema migratorio y poder instalarse en ese país, en un claro desafío a sus leyes. La solución, entonces, es diabólicamente sencilla: elevar los costos de la migración de niños y niñas, endurecer las normas y generar incentivos para evitar la migración. Las batallas pasan de lo narrativo a lo institucional.
La administración Trump sabe dónde presionar para que duela. Desde hace más de un año amagó legalmente con “combatir” la migración —en su perspectiva, es una lucha— a través de la eliminación de la restricción para que niños y niñas puedan permanecer un máximo de 20 días en centros de detención. Una resolución de la Corte en 1997, conocida como el Acuerdo Flores, que fijó que los niños y las niñas tuvieran que ser liberados en ese plazo.
A través del uso despectivo del término chain migration (traducido literalmente como “migración en cadena”), intentan señalar que el sistema está roto. Este fenómeno, argumentan los acólitos de Trump, es la manera en la que una persona llega a Estados Unidos y es la punta de lanza para que arribe el resto de su familia. En verdad, la “migración en cadena” es parte esencial del fenómeno migratorio. ¿Por qué pensamos que un núcleo familiar no querría mantenerse unido a pesar de migrar?
En caso de que la medida anunciada por Trump sea exitosa, en vez de estar en las escuelas, los niños y las niñas podrían pasar meses en centros de detención en lo que se resuelven sus casos ante las cortes migratorias. De manera predecible, 20 estados antagonistas demandarán a la administración federal para evitar las medidas, argumentando que son nocivas para los niños y las niñas, y que se generará un mercado redituable de la maquinaria de detención. Por ahora parece que lograron un ahogado digno de ajedrez o empantanarse en el lodo de la batalla legal de las cortes en Estados Unidos.
Desafortunadamente los gobiernos extranjeros pueden hacer poco, excepto ejercer presión diplomática. Como ya se ha comentado en otras entregas, cada país tiene la libertad de imponer sus propias normas migratorias al interior de sus fronteras, por más contrarias que parezcan para nuestros paisanos en el exterior o pese al rechazo personal que nos puedan generar. En este momento un aparente avance —léase: evitar que estas medidas se realicen— parecería más una concesión por parte del gobierno de Estados Unidos y, como hemos visto con esta administración, buscaría posicionarla como un triunfo, por más pírrico que sea.
Luis Mingo. Internacionalista por la UIA con posgrados en LSE y Fudan University. En cancillería trabajé en la Subsecretaría para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos, la dirección de comunicación social y el Consulado de México en Seattle.
@Luis_Mingo_
Otras notas del autor:
-Las remesas no son la gallina de los huevos de oro
-Migrantes asesinados: una tragedia conocida
NULL
- Madame Didihttps://elsoberano.mx/author/madame-didi/
- Madame Didihttps://elsoberano.mx/author/madame-didi/
- Madame Didihttps://elsoberano.mx/author/madame-didi/
- Madame Didihttps://elsoberano.mx/author/madame-didi/