No lo sé, Rick, parece falso

No lo sé, Rick, parece falso

Hace casi dos años un oficial de la Unidad de Delitos Mayores de la Policía de Seattle llamó al consulado de México en esa ciudad. Narró una historia peculiar: una estudiante estadounidense de posgrado en museología encuentra en internet una lista de objetos y artefactos prehispánicos en una venta de bienes casera. La estudiante decide que algo está mal y marca al 911. La policía en esa zona normalmente recibe llamadas por robos, disturbios o actividad sospechosa. No están acostumbradas a recibir una llamada sobre una extracción de piezas arqueológicas y desconoce cómo lidiar con esa información. 

Después de algunas llamadas y de coordinarse con el FBI y el Departamento de Justicia de Estados Unidos, la policía local llega a la venta de bienes y decide incautar las piezas, que probablemente son provenientes de México. Ahora tienen un nuevo problema: tienen en su posesión casi 20 objetos de posible relevancia histórica y desconocen qué hacer con ellos. Deciden almacenarlas en unas cajas especiales en un cuarto de evidencias localizado a menos de un kilómetro del consulado, junto a objetos y armas que han sido usados en diferentes crímenes. En resumen, la llamada y la urgencia de la policía al consulado consiste en definir a qué hora pueden entregar las piezas.

Ojalá fuera tan fácil como simplemente tocar el timbre y devolver piezas prehispánicas. Hay una compleja legislación internacional de repatriación de objetos y piezas artísticas. El limbo legal de las piezas duró casi un año, pero después de un dictamen del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), aquéllas —que son originales y fueron sustraídas ilegalmente de nuestro país— fueron devueltas al consulado de México en noviembre de 2018 en una ceremonia protocolaria con presencia de la jefa de la policía. 

Cuando hablamos de robo de artefactos u objetos históricos, es fácil imaginar una escena de Hollywood sustrayendo la Mona Lisa con un plan maestro, que incluya intriga y una persecución policiaca de alta velocidad. Nuestra imagen de ladrona internacional no necesariamente encaja con una señora que en la década de 1970 fue a vacacionar a Nayarit y compró piezas originales prehispánicas, las guardó en unas maletas, las trasladó como objetos decorativos para su casa y decidió venderlas casi medio siglo después. El robo de arte es un negocio multimillonario que, por obvias razones, no cuenta con cifras fidedignas. Países como Perú tienen mucha experiencia internacional, ya que miles (¿o millones?) de piezas de la civilización inca han sido sustraídas ilegalmente y se pueden encontrar en el mercado negro.

Aunque ya están en posesión del consulado, las piezas todavía no regresan al país. Esperemos que pronto lo hagan. Son parte del patrimonio nacional y merecen estar en una colección de museo al alcance de toda la población. Igualmente, queda la duda de cuántas piezas con valor histórico no habrán sido sustraídas ilegalmente de México y estarán en casas de particulares, acumulando polvo o esperando a ser descubiertas por una estudiante… 

Luis Mingo

Internacionalista por la UIA con posgrados en LSE y Fudan University. En cancillería trabajé en la Subsecretaría para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos, la Dirección General de Comunicación Social y el Consulado de México en Seattle.

@Luis_Mingo_

Otros textos del autor:

-Niños: carnada electoral en Estados Unidos

-Las remesas no son la gallina de los huevos de oro

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