Esta obra de teatro ya la hemos visto muchas veces. Es la crónica de miles de muertes anunciadas. Los personajes cambian pero la trama permanece. En 2018 cerca de 40 mil personas en un país sin guerra civil fueron asesinadas por impactos de armas de fuego detonadas en Estados Unidos. Para comparar, ese es aproximadamente el aforo del Estadio Azul.
En este teatro no debe pasar desapercibido el asesinato de nuestros paisanos en El Paso, Texas, hace unos días. Hay que decirlo con todas sus letras: fue un acto cobarde y racista por parte de un supremacista blanco que buscaba aterrorizar a la comunidad hispana y que añoraba una realidad que nunca existió. Este es el terrorismo doméstico que el FBI ha señalado como una de las amenazas más importantes dentro del territorio estadounidense.
Los actos de terrorismo de supremacistas blancos en EU son como los sismos: sabemos que volverán a ocurrir, pero desconocemos la fecha y su magnitud.
¿Por qué sigue pasando esto? Hay varias razones, pero la normalización del discurso de odio durante los últimos años y la facilidad de comprar armas de fuego de alto calibre como consecuencia de una lectura falaz y anacrónica de la libertad para portar armas establecida por la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense son elementos centrales en la construcción de este escenario. Como colofón, en un claro desdén internacional y con visión aislacionista, EU denunció el Tratado de Comercio de Armas, el convenio que buscaba regular su compraventa a nivel mundial. Y el impacto no es menor: muchas de esas armas entran ilegalmente a territorio mexicano.
La respuesta del público en Estados Unidos es una receta prefabricada: las autoridades políticas condenan y hace un llamado a la unidad, el Partido Demócrata exige mayores regulaciones mientras que el Partido Republicano y sus aliados de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) ofrecen lágrimas de cocodrilo y una solución a través de una carrera armamentista digna de la Guerra Fría. Cualquier propuesta de cambio se atora en el pantano legislativo. Mucho ruido y pocas nueces.
Una de las diferencias más notorias y positivas fue la respuesta del gobierno mexicano. Sorprendió positivamente por ser más dura que lo normal. Mientras la oposición respondió de forma mezquina, la respuesta consular fue muy bien llevada y el canciller Ebrard anunció fuertes medidas —incluyendo solicitar la extradición del terrorista y una acción jurídica en contra de quien haya vendido el arma. La implementación parece prácticamente imposible de lograr, pero las acciones jurídicas anunciadas mandaron una señal en la dirección correcta.
Finalmente, en Estados Unidos en un año promedio mueren aproximadamente la misma cantidad de personas por accidentes vehiculares que por armas de fuego. Existen miles de regulaciones para automóviles, mientras que la regulación en contra de las armas es sorprendentemente laxa. De poco servirán estas palabras, pero ojalá implementaran reformas estructurales pronto para disminuir y eventualmente evitar estas situaciones.
La pregunta realmente es: ¿cuándo volveremos a ver esta tragedia?
Luis Mingo. Internacionalista por la UIA con posgrados
en LSE y Fudan University. En cancillería trabajé en la Subsecretaría
para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos, la Dirección General
de Comunicación Social y el Consulado de México en Seattle.
@Luis_Mingo_