A estas alturas del partido la mayoría de los mexicanos medianamente informados sabemos que el sargazo es una macroalga que ha impactado severamente las costas del Caribe mexicano y es noticia hace ya varias semanas. Ya sea un problema grave o gravísimo, según la óptica con que se vea, en relación con otras preocupaciones más acuciantes como la seguridad o el crecimiento de la economía en su conjunto, el tema del sargazo nos debe ocupar y para largo rato.
Imágenes recientes mostradas en artículos técnicos y divulgados en redes sociales muestran las islas de sargazo que se van formando y se desplazan desde el Atlántico sur hasta el Caribe. Su extensión es tan abundante que son perfectamente detectadas vía satélite con sensores remotos. Un cálculo conservador habla de islas de sargazo de entre 1 y 10 kilómetros y líneas de hasta 100 kilómetros de largo y 500 metros de ancho, lo que significan millones de toneladas vagando y desplazándose inmutables hasta las costas de las islas del Caribe y de Quintana Roo. Siempre que se habla de volúmenes o extensiones, no se tiene una idea de su dimensión: basta decir aquí para llamar la atención que estas islas de sargazo pueden tener el tamaño de países, de la isla de Cozumel completa, pero desdoblada en miles de kilómetros en la parte cercana del Atlántico.
¿Por qué es importante escuchar las voces de alerta de la comunidad científica nacional e internacional? En primer lugar, de una larga lista de razones, está el que la presencia desbordada de la macroalga advierte, una vez más, la grave contaminación que sufren los océanos del mundo. Los mares de sargazo que han existido cerca de las costas africanas, exactamente a la misma latitud de Brasil, se fueron desplazando en mares calientes hacia las costas donde el gran Río Amazonas arrastra más sedimentos orgánicos que antaño.
Esa materia prima excesiva de sargazo, enriquecido, va aumentando su volumen exponencialmente, tanto que va generando sombras que afectan a los corales, de por sí blanqueados, y a los pastos marinos, por los desequilibrios en las temperaturas derivados de los efectos del cambio climático. A su llegada a las costas del Caribe mexicano, más allá de su impacto estético para el turismo, su pudrición enrarece el aire y sus lixiviados contaminados se infiltran al acuífero, afectan las dunas costeras y a las importantes barreras que representan los mangles. Por eso es fundamental recolectarlos, pero sobre todo buscar una utilidad productiva —ya hay varias iniciativas en proceso— y luego indagar formas y lugares de depósito adecuadas para evitar crear otras fuentes de contaminación.
Pero es importante recalcar que la problemática del sargazo es un tema mundial común, desatendido por gobiernos pasados de México y otros muchos países de África, América Latina, Estados Unidos, países del Caribe y, por supuesto, del sistema de Naciones Unidas. Su atención y control demandará voluntades políticas globales, acciones colectivas comunes en sus causas estructurales y atenciones puntuales de diferentes órdenes de gobierno, empresarios, la comunidad científica y la sociedad en su conjunto. Una crónica de una tragedia anunciada nos alcanzó y no hemos estado a la altura; no obstante, no es tarde para actuar y más vale hacerlo bien coordinados y pronto en su origen: en el Atlántico profundo.
Pedro Álvarez Icaza. Experto en política ambiental y en gestión
y manejo de recursos de cooperación multilateral internacional.
Forma parte del programa de líderes ambientales del Colegio de México.
@alvarezicazapc