tenoch-huerta-como-la-vida

El hombre tuvo cuerpo y comenzó a danzar, el hombre tuvo voz y comenzó a cantar. Aprendió a robar de las flores sus colores y de los minerales su esencia y así dibujó. Extendió su visión simbólica del mundo, trascendiendo su propia existencia, el producto de su mente viviría más allá del aquí y el ahora; sería eterno.

Y es que el hombre quiere ser eterno, la civilización y sus prodigios no son más que intentos fútiles por alcanzar la eternidad.

El hombre entendió cómo modelar el barro e hizo la alfarería, más tarde llegaría la escultura.

Pasó el tiempo e hizo la arquitectura. No es que no construyera nada hasta ese momento, pero ahora el ser humano construía un hábitat antinatura, usando las líneas rectas y los trazos intrincados para honrar a esa nueva idea que se gestaba en su cabeza y que habría de explicar lo inexplicable: Dios… y Dios nunca muere.

La arquitectura llegó con la civilización, vino cuando el hombre aprendió a dominar las rocas, cuando no se conformó con la textura rugosa de las cavernas, cuando subir a una montaña ya no era suficiente para hablar con Dios. Y entonces construyó el mundo, su propio mundo hecho a imagen y semejanza de sus dioses, de sus desvaríos y ambiciones, del tamaño de su necesidad por permanecer.

Así pasaron muchos años, miles de historias fueron talladas en piedra o modeladas en el barro, dibujadas en paredes, cantadas en los altares o representadas por los actores, hasta que un buen día este simio escribió; redujo a rayitas en arcilla las cuentas de un imperio. Luego no sólo fueron números y matemáticas, sino palabras que explicaban ideas complejas, preguntas y relatos…

Pero el hombre no se detiene, quiere entenderlo y dominarlo todo. Domó al rayo, inventó la mecánica e hizo lo impensable: capturar el tiempo.

Vino la revolución industrial y con ella la luz eléctrica, la máquina de vapor, la producción en serie; la ciencia maduró y la técnica se sofisticó. Un puñado de locos intentó no sólo congelar el tiempo en fotografías, sino reproducirlo a placer, ver con sus propios ojos lo que había pasado en otro tiempo y en otro espacio, ser testigos omnipresentes de la vida más allá de ellos: inventaron El Cine.

Conjunción (dicen) de todas las artes, compendio de todo logro civilizatorio, balance perfecto de ciencia y arte. Ciencia para crear arte, arte para cuestionar y destruir paradigmas.

Inventaron nuevas narrativas, les pusieron color y sonido, la gente pudo volar, viajar en el tiempo, atrapar fantasmas, confrontar sus demonios, fuimos capaces de acercarnos a los ojos y ver en su interior, ¡ojos de tres metros! El hombre inventó una máquina que no sólo capturaba el tiempo sino los sueños y esto sólo es el principio, sus primeros 124 años.

Y al final todo esto no es más que un haz de luz en una pared en blanco, dos horas de ensoñación y una bolsa vacía de palomitas en el suelo.
Como la vida.

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