Pigmentocracia y el mito echaleganista de la contrarrevolución neoliberal

Las transformaciones de México crearon promesas, que con el paso del tiempo se convirtieron en mitos. Tanto la Independencia como la Reforma prometieron la igualdad de todos ante la ley, independientemente de la casta y condición económica. Posteriormente, con el propósito de unificar culturalmente al país, la Revolución creó el mito de la raza de bronce como arquetipo del mexicano. Más adelante, la contrarrevolución neoliberal se montaría sobre estos mitos y agregaría el del echaleganismo, mediante el cual las personas podrían sobreponerse, con su esfuerzo individual, a las fuentes de heterogeneidad, como la clase social, lugar de origen, género y adscripción étnica, para alcanzar mayores niveles de bienestar. La contrarrevolución neoliberal niega, así, la dominación histórica a la que distintos sectores de la sociedad han sido sometidos por parte de otros, incluso durante siglos.

Durante las semanas pasadas hemos atestiguado precisamente la desmitificación del echaleganismo de la contrarrevolución neoliberal con las protestas de las mujeres en contra de la violencia machista y con el debate que se dio en medios de comunicación y redes sociales respecto a la pigmentocracia. Lo cierto es que México ha padecido los vicios del raciclasismo y machismo desde la Conquista. Si bien las diferentes transformaciones del país prometieron eliminar gradualmente estos males, la realidad ha sido más necia.

Gracias a la información que ha generado el Inegi y al más reciente informe de Oxfam Por mi raza hablará la desigualdad es posible desmitificar al echaleganismo e incluso cuantificar la magnitud del efecto de cada uno de estos males sobre la vida de quienes los padecen. Así, mediante métodos econométricos que consideran el efecto de los lugares de origen mediante el índice de marginación, este informe estima que la probabilidad de que una mujer hablante de lengua indígena pertenezca al 20 por ciento más pobre de la población es 250 por ciento superior que la de una persona blanca o mestiza de cualquier sexo, independientemente de su lugar de origen. En el caso de los hombres hablantes de una lengua indígena, este porcentaje es de 231 por ciento.

Por su parte, la misma mujer hablante de una lengua indígena tiene una probabilidad 71 por ciento menor de pertenecer al 20 por ciento más rico de la población respecto a alguien blanco o mestizo, mientras que esta probabilidad es 59 por ciento menor para un hombre hablante de lengua indígena. Las hablantes de una lengua indígena tienen una probabilidad 70 por ciento mayor de ser trabajadoras manuales de baja calificación y una probabilidad 48 por ciento menor de ser jefas en un negocio en comparación con una persona blanca o mestiza. Estas son las expresiones más claras de la conjunción de las injusticias raciclasistas y machistas. Visto así, uno de los grandes pendientes de la cuarta transformación es cumplir con las promesas de las tres transformaciones previas en el sentido de desterrar al raciclasismo y machismo de México.

Víctor Arámburu. Doctor en política pública por el CIDE y maestro
en política social y desarrollo por la Escuela de Economía de Londres (LSE).
Ha trabajado en el diseño, operación y evaluación de políticas públicas
en diversos sectores, particularmente en temas de desarrollo
económico y social, así como de fiscalización y combate a la corrupción.

@varamburucano

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