Mucho se ha recalcado que una de las debilidades de López Obrador es que no habla inglés. Esto es indiscutible y él mismo lo ha aceptado.
Hay suficientes investigaciones sobre las ventajas cognitivas, sociales y culturales de aprender lenguas distintas a la materna. Pero hay mucho que decir sobre los juicios y prejuicios alrededor de lo que se consideran lenguas “que deben hablarse” y lenguas que nadie exige hablar. Este tema nos puede llevar por mil derroteros. En esta ocasión sólo me quiero concentrar en la posibilidad de que detrás del reproche por no hablar inglés (de las siete mil lenguas que hay en el mundo, inglés precisamente) haya un sesgo clasista que a todos nos conviene ver y hacer visible. Y este sesgo es especialmente claro cuando el objeto de la crítica es el presidente en funciones.
Por razones que abordaré en otra entrega, la enseñanza del inglés en México es una mercancía altamente demandada y, en la misma medida, costosa: aprender inglés cuesta esfuerzo cognitivo, tiempo de práctica y, sobre todo, dinero. Si además se le ha de hablar con fluidez, se necesita aprenderlo antes de los 10 años y, de preferencia, pasar un periodo de inmersión en una sociedad angloparlante. Hablar inglés fluido es caro y, por lo mismo, distintivo de la clase que puede pagarlo (también es distintivo de la gente que, precisamente por falta de dinero, tiene que migrar a Estados Unidos, pero ese es otro rumbo de la discusión que no tomaremos por ahora).
En las escuelas públicas en México el inglés es obligatorio a partir de la secundaria, y esto sólo desde los años 70. Los programas nacionales para la enseñanza de inglés en primarias públicas operan desde hace menos de una década. La mayoría de las personas en el rango de edad de López Obrador no llevaron inglés como materia en la escuela pública. De este modo, no hablar inglés en México revela no sólo la clase social, sino también la generación a la que se pertenece.
López Obrador, como cualquier jefe de Estado, cuenta con traductores e intérpretes. Tanto a Trump como al G20 ha dirigido cartas redactadas en prístino español (que ya otros se han ocupado de traducir a sus destinatarios). En su gabinete, los encargados de los recientes encuentros con órganos internacionales hablan fluidamente inglés, pero lo más importante es que son expertos en la materia de sus negociaciones. Hasta ahora no ha habido un solo momento en el que la falta de conocimiento de AMLO de este idioma haya tenido alguna consecuencia para comentar. Incluso las decisiones más criticadas y controversiales del gobierno, y que algunos consideran grandes fallas, podrán tener múltiples causas o explicaciones, pero ninguna tiene como origen los idiomas que habla —o no habla— el presidente.
“El presidente no habla inglés” es una verdad palmaria. Ahora preguntémonos con seriedad si eso tiene implicaciones de importancia para su cargo o si lo que está detrás del reproche no es, acaso, un señalamiento despectivo hacia su clase y su generación.
Violeta Vázquez-Rojas. Lingüista. Estudia la gramática del purépecha y del español. Interesada en divulgar la ciencia del lenguaje y en desterrar
algunos mitos y prejuicios acerca de las lenguas, de las palabras y de sus usos.
Twitter: @violetavr