Hace unos días el flamante embajador de Estados Unidos en México, Christopher Landau, presentó cartas credenciales al presidente López Obrador. De esta forma se convierte en el primer representante oficial del presidente Donald Trump. El puesto estuvo vacante desde mayo del año pasado, cuando la embajadora Roberta Jacobson renunció.
Otra forma de ver las cosas: el embajador Landau es el representante de mayor nivel del gobierno del presidente Trump en México. Eso no es cosa menor. Hablo del mismo presidente que nos ha llamado violadores y narcotraficantes; que busca construir un muro físico entre nuestras fronteras y que lo pague México; que amenazó con imponer aranceles a los productos mexicanos si no fortalecemos la política migratoria con los países centroamericanos; que nos amenaza a través de Twitter; o que ha normalizado la retórica y las acciones antimigrantes en Estados Unidos.
La diplomacia puede ser un trabajo incómodo: Una pelea de box en la cual cada round sigue una estrategia diferente. En ocasiones hay que defender a rajatabla las posturas oficiales con ganchos al hígado; en otras hay que matizarlas o explicarlas como un sparring. En otras hay que saber aguantar los golpes sin caer a la lona. A veces todos son frentes simultáneos.
Evidentemente el embajador Landau no controla los mensajes o formas del presidente Trump. Será interesante ver cómo se ve afectada su interlocución en México a raíz de ello y si puede lograr la misión casi imposible de convertir la estática y el ruido que produce su jefe en melodías para oídos mexicanos.
Para ello parece estar apostando fuertemente por una estrategia de diplomacia pública. A grandes rasgos esto significa comunicar los intereses estadounidenses en una forma que atraiga a la audiencia mexicana. “Ganar los corazones y la mente”, como dicta el cliché.
El embajador desahoga parte de su trabajo diplomático a través de Twitter y lo hace muy bien. Adopta un tono amable en español, se presenta como un hombre de familia, interactúa con usuarios en redes y pide recomendaciones para conocer nuevos lugares. Nada que reprochar.
No obstante, la realidad impone límites a los simbolismos y a las buenas voluntades diplomáticas. Es improbable que una estrategia de diplomacia pública encabezada por un gobierno sea eficiente en el largo plazo si las hostilidades de la administración Trump hacia México contradicen las aparentes buenas intenciones del embajador.
Sin cambios de raíz en la relación bilateral —y especialmente de Estados Unidos hacia México— ninguna visita a Xochimilco, a la Basílica de Guadalupe, la compra de un destapador en forma de luchador o completar una colección de imágenes de México 68 será suficiente para dejar atrás uno de los momentos más tensos entre nuestros países en los últimos lustros. Quizá la próxima parada del embajador sea una tienda de espejitos.
Luis Mingo. Internacionalista por la UIA con posgrados en LSE y Fudan University. En cancillería trabajé en la Subsecretaría para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos, la Dirección General de Comunicación Social y el Consulado de México en Seattle.
@Luis_Mingo_
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