Emiliano Navarrete dice que le partió, le sigue partiendo el alma ver a tantos jóvenes alrededor de su movimiento y no encontrar entre ellos a su hijo.
Emiliano es papá de José Ángel Navarrete, uno de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa que la noche del 26 de septiembre de 2014 fueron acosados a balazos por fuerzas federales, estatales y municipales en Iguala, para luego montarlos en vehículos oficiales.
Desde entonces se ignora su paradero. Su caso se ha convertido en un punto de unión en la narrativa mexicana contemporánea: país de despojados, de violados, de asesinados, de desaparecidos, encontró en Iguala un símbolo emocional y político para agruparse.
Sigue inconcluso. Las acciones y investigación del gobierno anterior, dice Navarrete, no sólo daño a sus hijos, «sino que también a todo un pueblo, a toda la sociedad».
Emiliano está sentado en un templete junto a otro padre de los 43, don Bernabé Abraham, de sombrero campesino y sonrisa generosa, y Ángela Buitrago, quien formó parte del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes.
También están presentes Santiago Aguirre, titular del Centro Prodh, que ha acompañado jurídica y moralmente a los padres de los 43 durante estos años; y Ricardo Raphael, director del Centro Cultural Universitario Tlatelolco.
«El caso de los 43 es el caso de todos los desaparecidos de México», dice Buitrago.
Ella es abogada colombiana cuya investigación se vio entorpecida durante el sexenio de Enrique Peña Nieto y que ahora forma parte de la comisión de la verdad conformada por el nuevo gobierno.
«Sigan exigiendo. La causa de la dignidad es una gran causa y hay que dignificar a los 43 y a los padres», cierra.
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El periodismo fue cómplice de la mentira histórica
Ricardo Raphael emplazó a sus colegas periodistas por su participación en solidificar la experiencia de la impunidad ante la llamada «verdad histórica».
Se refiere a la afirmación de José Murillo Karam, entonces titular de la Procuraduría General de la República (PGR), de que los jóvenes fueron incinerados en el basurero de Cocula y pretendía cerrar el caso.
La falsedad histórica, como la llama, fue reproducida sin crítica por distintos periodistas, lo que denigra al oficio, acusó Raphael.
«Fuimos nosotros, los medios, cómplices de la obstrucción de justicia, fuimos partícipes de la negación de verdad que hoy todavía debemos refrendar».
La versión oficial se consolidó mediante «una repetición malsana, infamante, de muchos de mis colegas».
«Yo sí estoy llegando a este quinto año con mucha ira respecto a mi gremio, respecto a mi oficio» como periodista, dijo.
Tlatelolco, agregó, es un espacio histórico de resistencia desde el México antiguo. Y hoy, con los padres de los 43 entre sus rincones exigiendo justicia para sus hijos, lo sigue siendo.
Buscar así en la tierra como en el cielo
Jóvenes preparatorianos de la escuela popular Mártires de Tlatelolco fabricaron papalotes y escribieron sobre ellos sus nombres.
La tarea: homologar el acto de Francisco Toledo y volar los papalotes en memoria y gesto de búsqueda de los 43 normalistas.
Si buscamos en la tierra, por qué no también en el cielo, explican los organizadores del gesto antes de que los jóvenes corran por la Plaza de las Tres Culturas buscando que sus papalotes alcen el vuelo.
Los jóvenes, de entre 15 y 18 años, son jóvenes y juegan a insultarse, corretearse, empujarse, acompañarse al baño.
Desdicen la solemnidad y enmarcan con sus juegos la sonrisa de Bernabé Abraham, quien conversa con dos jóvenes del Centro Prodh y se relaja. Un momento de paz.
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