El grito: radiografía de algun

El grito: radiografía de algunas secuelas

Muchas columnas han referido en estos días los detalles de lo que atestiguamos durante la jornada del grito de independencia. Con más afinidad hacia el gobierno de López Obrador o buscando encontrar el negro en el arroz, en general hubo una coincidencia en que lo que se vivió aquel día fue un momento histórico por muchas razones que están más que señaladas. Pocas figuras, que labran consistentemente su lugar en la marginalidad política, fueron capaces de objetarlo con argumentos tan patéticos como que el solitario caminar del presidente hacia el balcón y la falta del besamanos hablaba de su megalomanía, o que la inclusión de una cantidad mayor de vivas era una afrenta a la unidad nacional. Nadie en realidad los peló. 

Pero la reacción frente a la contundencia con que el evento mostró el inédito apoyo popular a este gobierno tuvo diferentes salidas que pueden dividirse en tres. Por un lado estuvieron los que se llamaron al asombro, embebidos como están en la práctica de comprarse sus propias ideas y, en muchos casos, abiertas mentiras, sobre que la cuarta transformación lo está haciendo tan mal que la figura presidencial ha venido sufriendo una grieta frente a la opinión pública, la cual, desde su punto de vista, empieza y termina con ellos. Se equivocaron, pero en la mayor parte de los casos las persistentes voces críticas optaron por no mostrarse mezquinas frente a lo que todos presenciamos y en nado sincronizado reconocieron la altura del momento. Eso ha de celebrarse. 

Otra reacción fue, como en otras ocasiones, intentar desacreditar a toda costa tanto la sobriedad del protocolo y su significado como la magnitud del apoyo popular. Entre lunes y martes no faltaron las noticias falsas, primero, sobre el supuesto acarreo a un evento cuyo poder de convocatoria fue insólito en fondo, cantidad y forma. Luego también, y a pesar de que se habló frecuentemente de que habría una recepción en Palacio Nacional después del grito con integrantes del gabinete y del cuerpo diplomático en la que servirían antojitos y aguas frescas, se empeñaron en asegurar que la austeridad del evento había sido una mentira y, todavía más risible, que el presidente había escondido a sus invitados VIP. Ambas mentiras cayeron por su propio peso. 

Pero después hubo una tercera reacción —esa más preocupante— de quienes no pudiendo soportar el significado de la entrega popular al presidente con mayor legitimidad que se ha tenido, optaron por convocar al odio, sin que sea la primera vez: odio al gobierno y odio también a sus seguidores. La más visible fue la de Ximena García, copiloto de Interjet, hoy bautizada como #LadyTerrorista, quien escribió en Facebook que una bomba en el Zócalo en el momento del grito, con 130 mil personas asistiéndolo, le haría un favor a todos. Pero por más indignante que pueda resultar el desafortunado, el muy equivocado mensaje de alguien que finalmente rectificó después de ser suspendida por la aerolínea, no es ni la décima parte de grave que los de los que después salieron a defenderlo frente al reproche que derivó en la solicitud masiva de su renuncia. 

Primero encabezada por figuras públicas que ya exhiben su falta de escrúpulos sin pudor alguno (incluido un expresidente que además tiene intención de volver a acceder al poder político), de pronto la defensa de lo indefendible se volvió una especie de manifiesto en favor de la libertad de expresión en el que no pocos minimizaron la violencia y la incitación al odio como recurso narrativo, sin reparar en el hecho de que a través de ello el adversario político (o social) se convierte en algo que debe ser aniquilado, borrado del mapa. Resulta imposible establecer el vínculo entre el quehacer democrático y este hecho, y más nos valdría alzar la voz de manera contundente para que, en lugar de normalizar estas expresiones como componentes cotidianos de la comunicación, sean erradicadas y, cuando menos, socialmente sancionadas. Experiencias en la historia y en el contexto global actual sobre el resultado de no hacerlo sobran. 

Azul Alzaga Magaña. Analista política y social, politóloga del CIDE y fundadora de la Asociación Civil Observatorio de la Justicia A.C. Actualmente es colaboradora de Milenio como columnista invitada en temas políticos, en materia de comunicación, seguridad y justicia, así como co-conductora del noticiero dominical de las 22:00 y del segmento de entrevistas La conversación

@azulalzaga

Otros textos de la autora:
-Factureras. Dos visiones
-Moralmente derrotados

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