Así como la historia del cine no sería lo que es sin Luis Buñuel, él no habría sido quien fue sin su encuentro con México.
Tras su salida de España a causa del desenlace de la Guerra Civil, con Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930) a cuestas —ambas estandartes del arte vanguardista europeo más incendiario—, el aragonés prefirió instalarse en este país en lugar de Estados Unidos. Una vez aquí, de 1946 a 1964, rodó un total de 20 películas, casi todas en español y con actores y técnicos mexicanos. A este periodo debemos lo mismo obras maestras que meros encargos y ejecuciones medianas, pese a lo cual es posible hablar de un estilo poderoso que influyó en la cinematografía mundial durante la segunda mitad del siglo XX.
Buñuel no se perdía en los conceptos ni le daba vueltas de más a sus películas. Fue un artista franco, recio, brutal; confiaba en las intuiciones y la espontaneidad sin miedo a extraviarse en los recovecos de la contradicción. Comprometido con sus principios estéticos y morales, no reparó en el impacto que sus propuestas pudieran causar en ciertos estratos sociales. Subversión y crudeza, transgresión y misterio, humor negro y ensoñación fueron algunos de los atributos más constantes de su cine. Desde Los olvidados (1950) hizo notar la potencia de sus recursos en un terreno más amplio que el del surrealismo puro: nos mostró de manera sublime el horror de la miseria y las complejas implicaciones de la violencia; en el caso de esta película, manifestada por medio de la criminalidad infantil.
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Hay otros ejemplos entrañables. En la representación recalcitrante de los celos barajada en Él (1953); en la confrontación con el catolicismo de raíces españolas que supone Nazarín (1959); en la desconcertante crítica a la burguesía planteada en El ángel exterminador (1962); en la escandalosa puesta en escena de la moral religiosa que nos brinda Viridiana (1961); en el incómodo y sagaz desafío que encierra Simón del desierto (1965).
Con estos filmes, Buñuel ensanchó las posibilidades del séptimo arte al mismo tiempo que perfiló una interpretación sobre México crítica y con alcances universales. No sólo se trata de la violencia, la corrupción, el machismo y la desigualdad imperantes, sino de la manifestación apasionada de un carácter tórrido y salvaje, de un descenso al fondo de lo humano para explorar las grutas de lo irracional e inexorable; de ese sedimento irreductible, oscuro, sagrado acaso, que se escapa a cualquier convención tranquilizadora. Quizá por eso Octavio Paz y Andrei Tarkovski coincidieron al encontrar en Buñuel una conciencia poética de innegable luminosidad.
A partir del miércoles 30 de octubre próximo la Cineteca Nacional exhibirá fotografías, carteles, guiones, vestuario y utilería del director paradigmático. La exposición se llama Buñuel en México y quedará albergada en La Galería de ese recinto cinematográfico.
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