Morena pasó de la resistencia a la permanente insistencia, convirtiéndose en el principal partido de oposición y, de ahí, en partido de gobierno. Aún falta mucho para llegar al poder, y por eso es fundamental el proceso congresual que se desarrollará durante las próximas semanas y hasta el 23 y 24 de noviembre, donde será electa una nueva dirección para los próximos tres años.
Obviamente, los intereses sobre el partido que encabeza la coalición que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México, son muy grandes. Tanto a nivel externo como interno. No en vano la dirección electa en noviembre será la que desarrolle la estructura territorial y defina las candidaturas en las elecciones intermedias de 2021.
Son varios niveles de análisis que se ponen en juego a la hora de revisar el proceso congresual de Morena.
En primer lugar, es determinante quién queda como presidente o presidenta del partido debido a las facultades que ofrece el estatuto de Morena a quien se sitúa al frente del CEN. En ese sentido, entre quienes opten a la presidencia de Morena debería ser obligatorio contar con “ADN Morena”. Es decir, estar en el partido desde su fundación y ser claramente antineoliberales; o sea, no haber apoyado ninguna de las reformas estructurales de Peña Nieto, como sí hizo el PRD en su momento.
En segundo lugar, la etapa que viene es fundamental para la consolidación de Morena y en ese sentido —y teniendo en cuenta que el gobierno va a tender a ir hacia el centro en la medida en que va ocupando el Estado— el partido siempre debería estar a la izquierda del gobierno. Acompañar las políticas públicas e impulsar iniciativas legislativas, pero siempre a la izquierda del propio gobierno, incluso ejerciendo la crítica leal si fuese necesario en algún momento. Una cosa es que en la coalición de gobierno entren múltiples ideologías y se ensanche el proyecto, sobre todo en un momento de auge nacional-popular como el que se vive desde 2018, pero en el partido no tiene que caber todo. El punto de partida debe ser el proyecto de nación y los estatutos de Morena.
Y eso nos lleva a un tercer ángulo de análisis. Si bien la experiencia con las corrientes en el PRD, convertidas en tribus que se repartían cuotas de poder, fue nefasta, es necesario que al interior de Morena se dé también una confrontación ideológica entre las diferentes visiones de proyecto político para el país. Ser obradorista debe ser también el punto de partida, pero sería sano que las discusiones no sean por cuotas de poder, sino por el horizonte político-ideológico del partido.
Se haga encuesta o no (que en cualquier caso debería levantarse entre las personas inscritas como militantes y no entre la ciudadanía en general o los votantes, como algunos intereses intentan impulsar), es hora de un debate sano, fiel al proyecto obradorista y posneoliberal, tras el que una vez que pase el Congreso de noviembre se cierren filas de manera leal detrás de la nueva dirección electa para encarar los desafíos que implica ser partido de gobierno, sin dejar de ser oposición a todo lo que quede del viejo régimen neoliberal.
En el horizonte, 2021; pero también 2024.
Katu Arkonada. Nació en el País Vasco, tiene nacionalidad boliviana y reside actualmente en la Ciudad de México. Cuenta con estudios de posgrado en geopolítica, y comunicación política. Es miembro de la secretaría ejecutiva de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad.
@katuarkonada
Otros textos del autor: