La convención

Quizá porque sea la actividad primaria de la existencia, quizá porque sea la más sublime, comer es el punto que articula nuestras tareas diarias y celebraciones extraordinarias. Todo sucede a partir de la panza: trabajar para llevar el pan a la mesa, desayunar antes del jale, ocho horas y una de comida en la oficina, «Te invito a cenar»: nuestra vida, nuestro día y nuestro descanso son resultados de nuestra búsqueda de alimentos o los medios para asegurarlos. (véase si no la devoción que tenemos por el refrigerador).
Comer es preservar la existencia. Juntarnos a comer con alguien es hacer intimidad, alimentar a nuestros invitados a un convivio es ofrendarles cariño y demostrarles lo tanto que nos importan y lo mucho que no interesa su satisfacción estomacal.
Comer es convenir la existencia. Porque la calidad de los alimentos que ingerimos marida con la plática, los gestos y las miradas. El fuego que lentamente eleva la temperatura del trozo de carne en la parrilla también enciende al momento, las discusiones con los amigos, los planes de viajes que nunca sucederán, empresas perfectas que tampoco fundamos. No importa, el valor de los planes, como las promesas, radica en tener el coraje de decirlas, el gusto por convenir algo con alguien. Lo mismo pasa con la comida.
En la mesa no hay nada perfecto ni nada mejor, todo se conviene al momento, al gusto personal, al estado de ánimo, al clima, al bolsillo, a las propias expectativas o a la mamonería individual. Sólo por esa razón el asado, la carnita, la parrillada es la convención más grande que tenemos: ningún fuego da el mismo calor que el siguiente que haremos, y cada área de la parrilla tiene su propia intensidad para que los gustos individuales encuentren la brasa que les favorece. Los que comen la carne apenas el punto de calor, lo que carbonizan, los que la “Sellan”. NO importa, el asado no es un restaurante, aquí las reglas y maneras de comer se quedan en la banqueta.
Atender el fuego para los invitados es controlar el tempo del convivio: uno de pautas, impone silencios, acelera la respuesta, pero, sobre todo, uno modula el tono de la reunión para que sea más memorable para los participantes: desde la parrilla se dicta la convención de tarde, lo que se puede y lo que no, lo que se puede esperar y lo que sorprenderá. Y se potencia por el fuego; a diferencia de la estufa o el horno, el fuego es nuestro vínculo más real con el origen.
El fuego creo la comida, no la ingesta, creó el convivio y después tuvimos que hacer el lenguaje y la escritura, las leyendas y los deportes, para tener con qué llenar la otra parte de plato, la que se trata de compartir, de disfrutar, de comer, de asegurar la preservación de la especie.
Recomendación:
Este dominguito hagan fuego y preparen carne. No hagan los cortes, compren un trozo grande, unos tres kilos de rib eye, por ejemplo. Además de ser más barato, su cocción lenta les permitirá tener más tonos de la carne. Es sencillo: después de salpimentar la carne, pónganla a fuego indirecto, algo así como una hora por lado. Ojo, es un proceso lento que requiere de chorizos, salchichas, calabazas y las obligatorias quesadillas para sobrevivir la espera. Se trata de elevar la temperatura interna de la carne sin drenarla. Una vez cumplidas las dos horas, corte el rib eye y al fuego alto tonifíquelo al gusto de cada comensal. Recuerde: no juzgue si le piden bien terminada la carne. De acompañantes, abra y desvene 10 chiles jalapeños, rellénelos de sardina en aceite de olivo. Al peso de la mano déjele caer algo se pimienta, sal y ajo en polvo. Igual que el rib eye, descánselos en el fuego indirecto.

Diego Mejía. La hizo de reportero, editor y repostero. También es copy y locutor en #Mancha por @nofm_radio.

@diegmej

Otros textos del autor:
-La celebración
-El privilegio del error

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