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«En octubre el canto del pájaro es más triste que nunca», dice primero en mixteco  y luego en español Nadia López, una de las poetas en lengua indígena que abren el homenaje a Miguel León Portilla en Bellas Artes.

Y tiene razón. Octubre de 2019 inició con la partida de uno de los referentes centrales en México de los estudios de las culturas mesoamericanas: el autor de La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes (1956), quien, como recuerda Enrique Graue, publicó casi 50 libros y más de 500 artículos académicos.

A Nadia López le siguen lecturas en totonaco, mazateco, zapoteco, mixe.

Un asomo a la pluralidad lingüística de este país, cuya comprensión siempre va quedando rezagada por las agendas de la urgencia, sin duda es la manera de celebrar a León Portilla, quien defiende que México no nació con los discursos épicos de Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, sino mucho antes.

Nació en la cosmovisión de Ometéotl, el dios unitario, masculino y femenino como diría Jean Luc Godard, que es el origen y que palpita con las manos extendidas en la cara norte de la Biblioteca Central de la UNAM, en el mural de Juan O’Gorman.

En el desarrollo de las civilizaciones que poblaron este territorio bien antes del desembarco de Cristóbal Colón en el territorio americano.

En el proceso histórico de un continente que sólo en los últimos 500 años entronca con la historia de Europa, colonizadora.

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Miguel León Portilla
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

Por eso era indispensable para un país cuyo mito fundacional inicia con una conquista —con la caída de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521— recuperar la voz de los vencidos: los otros persistentes y en resistencia.

Las inteligencias paralelas al discurso occidental de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Que hoy son guardianes de la tierra y protectores de la dignidad ancestral en sus comunidades.

A la ceremonia alegre pero enlutada asisten Alejandra Frausto, Beatriz Gutiérrez Müller, integrantes de la Academia Mexicana de la Lengua, el Solistas Ensamble de Bellas Artes, las ropas negras. 

Frausto, secretaria de Cultura federal, recuerda que León Portilla es un hombre de la academia: lo celebran la UNAM, la Academia Mexicana de la Historia, la de la Lengua, el INBAL, el INAH. Un sabio curioso de sonrisa generosa, dice.

Tres coronas fúnebres descansan al pie de la fotografía monumental del homenajeado: de la Secretaría de Cultura, el INBAL y el INAH, precisamente, subrayando su pertenencia a las principales instituciones culturales del país.

De bastón, el antropólogo Eduardo Matos Moctezuma, también fundamental estudioso de la cultura de Tláloc y Huitzilopochtli, enlista sus facultades.

“Miguel León-Portilla es la imagen del sabio que recibe y entrega, que absorbe conocimiento y lo regresa en forma de libro, en palabras a través de la cátedra o en consejo que abre puertas a quien a él se acercan”.

Los asistentes reciben con aplausos el cuerpo del estudioso, que entra por la puerta principal entre el sonido envolvente de tubas, clarinetes y flautas.

Los funcionarios comienzan las guardias de honor, el acto más solemne de un evento solemne.

Participarán Gonzalo Celorio y Concepción Company, Marina Núñez Bespalova, Gutiérrez Müller en representación del presidente Andrés Manuel López Obrador, entre tantos otros.

Mientras, abajo ancianos y jóvenes siguen los hechos desde las pantallas instaladas por Bellas Artes en distintos puntos del palacio porque la aglomeración hace imposible ver a simple vista el devenir de los actos.

Miguel León Portilla
Foto: INAH

De salida, personal del INBAL reparte un folleto con un poema de León Portilla que rima en coatl, serpiente en nahua:

Lagarto, signo de flor,

rostro, corazón de serpiente

[…]

mujer serpiente de plumas dos veces serpiente,

ojos, colmillos tu cuerpo:

tú, Noche, Viento,

por todas partes serpiente.

Afuera, un cubano de pelo ensortijado y con unos 15 libros en la mano me hace leer un pasaje de La gaya ciencia de Friedrich Nietzsche que dice que a los muertos los compadecemos para apoderarnos de ellos.

Alza la mano, señala la carroza fúnebre Mercedes Benz y me dice: «México es un país de muertos».

Tiene razón: habrá que evitar fosilizar a León Portilla, convertirlo en estatua. Habrá que rechazar convertirlo en estatua y mejor contribuir a que su pensamiento circule.

«Nunca más una visión vencida», sintetiza Alejandra Frausto minutos más tarde en redes sociales.

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