Una explicación contraintuitiva y neoclásica, pero no neoliberal, al abandono escolar

En el nivel de primaria, de acuerdo con las cifras de la SEP para el ciclo escolar 2017-2018, las entidades federativas con las tasas de abandono escolar más altas fueron: Oaxaca con 7.1%, Michoacán con 3.2%, Colima con 1.9%, Campeche con 1.8% y Tabasco con 1.6%. A excepción de Colima, el resto de las entidades federativas presenta altas tasas de pobreza, por lo que es posible asociar las altas tasas de deserción escolar en este nivel educativo a la pobreza. Esta asociación es de esperarse. Sin embargo, a excepción se Jalisco, todas las entidades federativas tienen tasas de abandono mayores al 10% en el nivel medio superior. La Ciudad de México y Chihuahua, entidades que tienen tasas de pobreza menores a las del resto de las entidades, son de las que tienen de las tasas más altas de abandono en este nivel educativo, incluso superiores al 17%. Entidades con mayores niveles de pobreza como Chiapas y Oaxaca tienen tasas de abandono ligeramente menores (13.7% y 15%, respectivamente). Este resultado no es intuitivo y a continuación voy a dar una explicación basada en la economía neoclásica que muchos pseudo expertos neoliberales no son capaces de dar.
Todos los que fuimos becarios alguna vez en la vida, incluso aquellos que afortunadamente nunca hemos sido pobres de acuerdo con la línea bastante minimalista de pobreza del Coneval, sabemos que las becas sirven para cubrir no sólo los costos directos de la educación, tales como el transporte, libros y cuadernos, sino también para no trabajar y dedicar esas horas a asistir a la escuela e incluso otras horas fueras de ésta para estudiar y hacer tarea en vez de trabajar.
El argumento de los neoliberales para focalizar la política social se basa en que las transferencias y subsidios tienen mayor efecto entre la población pobre. En el caso de incentivar la asistencia a la escuela mediante becas, este argumento es parcialmente correcto. Los programas de transferencias condicionadas como el extinto Progresa, después cambiado de nombre a Oportunidades y Prospera, cubrían el costo de oportunidad de ir a la escuela. Dicho de otra forma: le pagaba a los padres el salario que el niño o joven hubiese aportado al hogar durante las horas en las que va a la escuela. Sin embargo, eso no quiere decir que los niños y jóvenes no trabajaran. De acuerdo con el Banco Mundial, en 2013, el 85% de los niños entre siete y 14 años estudiaba y trabajaba. Es decir, en muchos casos las becas no eran suficientes para cubrir el costo de oportunidad laboral en el horario fuera de la escuela, lo cual posiblemente haya tenido un efecto en su aprendizaje al disponer de poco tiempo para estudiar en casa y hacer tareas. De acuerdo con los resultados de la prueba Planea 2017, los estudiantes de secundaria que trabajaban, ya sea por cuenta propia, como empleado o ayudando en los negocios familiares obtuvieron mínimo 25 puntos en promedio menos en lenguaje y comunicación, así como en matemáticas.
Según el Coneval, el valor actual de la línea de pobreza urbana por ingresos es de casi 3,100 pesos. Gracias al incremento del salario mínimo hecho por la nueva administración, es de 3,122 pesos, es decir, poco más del valor de la línea de pobreza. Actualmente, la mediana de ingreso por hora trabajada de la población ocupada en la Ciudad de México es de 30 pesos, lo cual se traduce en 4,800 pesos al mes. Casi el 70% de la población ocupada en esta entidad gana hasta tres salarios mínimos, es decir, 9,366 pesos. Visto así, la tentación de trabajar para un joven, incluso de abandonar la escuela, aunque no necesariamente viva por debajo de la línea de pobreza minimalista (y relativamente arbitraria) de Coneval es alta, especialmente en entidades donde los sueldos son mayores, como es el caso de la Ciudad de México. Es también probable que, en entidades federativas con altos niveles de pobreza como Chiapas y Oaxaca, los jóvenes de hogares pobres ni siquiera entraron a este nivel educativo, por lo que, los que sí lo hicieron, tienen mayor probabilidad de concluir sus estudios. Esta explicación contraintuitiva puede confirmarse con el nivel de escolaridad promedio de las entidades federativas: mientras que en la Ciudad de México es de 11.1 años, es decir, dos años de educación media superior, en Chiapas y Oaxaca es de 7.3 y 7.5, respectivamente, es decir, apenas un año de secundaria terminado.
Una política universal de becas a jóvenes que asisten a la educación media superior, como las Benito Juárez, tiene sentido para reducir su costo de oportunidad, no sólo de asistir a la escuela, sino también de estudiar fuera de ésta. Sus efectos podrían verse no sólo en la reducción de las tasas de abandono en este nivel, sino en resultados de pruebas estandarizadas. Los neoliberales dicen que este tipo de becas representan un dispendio de recursos porque no se focalizan exclusivamente en la población pobre, pero se les olvida que la línea de pobreza de Coneval es, al final, arbitraria y muy baja, casi igual a la del salario mínimo, por lo que cualquier ingreso superior es un incentivo para trabajar en vez de estudiar. Quizá el argumento válido que podría retomarse de los neoliberales sería que, además de la beca universal, podría introducirse una asignación adicional focalizada en función de la profundidad de la pobreza del hogar del que proviene el joven para así incentivar que los más pobres puedan incluso inscribirse en este nivel educativo, cosa que parece no suceder en entidades con altos niveles de pobreza.

Víctor Arámburu. Doctor en política pública por el CIDE y maestro en política social y desarrollo por la Escuela de Economía de Londres (LSE). Ha trabajado en el diseño, operación y evaluación de políticas públicas en diversos sectores, particularmente en temas de desarrollo económico y social, así como de fiscalización y combate a la corrupción.

@varamburucano

Otros textos del autor:

-El pacto de impunidad para la corrupción durante el calderoniso

-Jóvenes Construyendo el Futuro como oportunidad y sus áreas de oportunidad

 

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