Ciudad y covid-19: prácticas emergentes

La constante renovación formal e informal del espacio urbano produce constantes transformaciones en los modos y tiempos de apropiación/uso de los espacios. En este sentido, se puede decir que las personas y las ciudades están siempre inmersas en diversos procesos de transmutación. 

En este contexto, se observan diferentes maneras de organización, interacción y conflictividad social por el espacio público que dejan al descubierto las desigualdades urbanas. La crisis por covid-19 ha remarcado estas condiciones y, por lo tanto, es preciso recuperar e impulsar experiencias de intervención urbana que ofrezcan la posibilidad de una dosis de justicia espacial. 

Una intervención en el espacio público, como el urbanismo transitorio, influye en las formas de habitar la ciudad. Dicha práctica permite trabajar en la recuperación, creación, renovación y mantenimiento del espacio público en las ciudades y eso impacta, para el caso de la crisis sanitaria, en la salud comunitaria. Esto se construye a partir de gestiones participativas en las que las personas se involucran efectivamente en los proyectos de intervención, de tal manera que se apropian y se sienten parte de ellos. 

Así pues, las intervenciones en el marco del urbanismo transitorio tienen una vocación de permanencia, ya que tienen como fin lograr un cambio significativo y estable. Son procesos en los que los ciudadanos ponen en cuestión las reglas de las autoridades formales a través de acciones y ocupaciones cotidianas por parte de diferentes actores sociales. Permite la implicación de la ciudadanía y la implementación de marcos para consolidar proyectos ascendentes y estructurados. En numerosos casos, las ocupaciones transitorias son posibles sin realizar grandes y costosas modificaciones; por el contrario, reducen en varios aspectos los impactos directos que conlleva la existencia de espacios vacantes. 

Para los usuarios, la ocupación representa una oportunidad de nuevos espacios habitables, así como el mejoramiento de sus condiciones de vida en la ciudad y un medio de implicación comunitaria. Es un instrumento creativo de producción de maneras emergentes de habitar en tanto que diferentes actores locales han tomado mayor fuerza e intervienen en la forma de configurar el espacio a partir de necesidades concretas. 

La cohabitación en el seno de estos espacios es la base del sentimiento de pertenencia a un proyecto colectivo. Constituye el inicio del derecho a la ciudad como producto de la acción colectiva a partir de la cual el espacio se entiende desde, con y para la gente. 

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