Una vía mexicanista al bienestar

En 1883, William Morris se afilió a la Federación Democrática. Lo hizo afirmando que se entregaba a «la causa» o, en sus términos, a «la única batalla en la que nadie puede fracasar». 

Estela Schindel rescata esta frase en su hermoso ensayo «William Morris: la técnica, la belleza y la revolución» que prologa una colección de ensayos maravillosos del artista en cuestión. Y la rescata para dar cuenta de una idea fundacional del —mal llamado, en mi opinión— Socialismo Libertario de Morris: quien decide militar en un proyecto político sensible a nuestra constitución social, ya ganó. Logre o no transformar la realidad con sus compañeros y compañeras, esa persona ha iniciado ya un proceso de transformación que le hará ser mejor persona; más libre, más creativa… Formará parte de una colectividad que le permitirá ser más dueña de sí misma; y este es un paso necesario (que no el primero; que no el único) en toda transformación social. Esto le da cimientos, viabilidad, al proyecto político. 

Por supuesto, estas ideas no pasaron desapercibidas en la Federación Democrática. Tan resonaron, que al poco tiempo se volvieron incompatibles con la línea más conservadora del movimiento, y pronto Morris y sus camaradas tuvieron que fundar la Liga Socialista. Este nuevo espacio militaba en la misma pulsión: sólo se llegaría al socialismo «haciendo socialistas»; la propaganda y la educación en las calles son mecanismos mucho más sensatos que el parlamentarismo aislado y el mero oportunismo. Es, además, una postura incómoda para el socialismo más hegemónico de su tiempo que no ponía mucha atención a la esfera subjetiva de las luchas políticas. 

Todo esto guarda una importante potencia en tiempos de desencanto y cinismo, como los nuestros. Estas intuiciones permiten apelar con sensatez a quienes «piensan o pretenden que ahora al fin estamos viviendo de la mejor forma, en el mejor de los mundos posibles». Morris confrontaba, por supuesto, a la burguesía liberal clásica de su tiempo; pero sus palabras resuenan frente al neoliberalismo que desgarró las voces de sus mejores cuadros tratando de convencernos de que, efectivamente, nuestros tiempos eran los del fin de la historia. No había ya mundos mejores, sino administración de las ideas humanas llevadas a su más fina y última expresión. Apelaban incluso a una especie de sabia resignación: mientras más pronto lo acepten, más rápido podrán aportar a esta gran utopía de competencia interminable y bonanzas económicas mal repartidas. 

Es clarísimo —para quien quiera ver— que nuestro movimiento no es perfecto; pero ha triunfado en un tema muy importante: nos ha regresado la posibilidad de imaginar nuevos horizontes. La Cuarta nos ha permitido volver a soñar con un mundo en nuestros términos, o como dice el compañero Pablo Yáñez: ha abierto una vía mexicanista al bienestar. 
 

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