Ciudad de México a 13 mayo, 2025, 0: 43 hora del centro.

Primavera Oaxaqueña: la esperanza tiene permiso

Ya pasó un año, el primero de este sexenio, los primeros 365 días de un proyecto para la entidad: la Primavera Oaxaqueña. Los cambios estructurales son palpables  y apuntan hacia una transformación profunda para modificar las raíces de lo que está mal dentro de la vida de gobierno y la institucional. Todos los vicios se han ido erradicando para que las oaxaqueñas y oaxaqueños, por fin tengamos un gobierno a la altura de su gente.

 

Los obstáculos no han sido pocos, pues encontraron un gobierno desvencijado, exige la reconstrucción desde los cimientos, pero es posible, en eso radica el sentido de nuestra democracia, en la posibilidad de corregir los errores a través del voto, de la participación activa de la ciudadanía, esa que ahora tiene una voz fuerte, que pesa en las decisiones colectivas. Bien lo hemos observado en la manera en que se llevan a cabo las labores de política interna, que gracias al diálogo han logrado reducir en más de cincuenta por ciento la cantidad de protestas a lo largo del territorio.

Seguramente esta cifra irá en descenso, mientras se sigan construyendo los canales adecuados para el diálogo y la resolución de conflictos haciendo uso de elementos dialécticos tan necesarios para nuestra comunidad.

El año pasado, nuestra decisión en las urnas nos trajo esperanza de un cambio, de la transformación. Hoy, a un año de que Salomón Jara asumió la gubernatura, esa esperanza se acompaña de la ilusión al observar que la construcción de políticas públicas tiene como objetivo atender las necesidades de la gente.

Además, que el gobernador ha enfatizado la importancia e integración de los pueblos originarios en las decisiones de la entidad, pero no solo eso, sino que se ha alcanzado la participación activa y directa de este importante sector social, pues nuestro gobierno por fin entendió que sin el pueblo, nada y sin cultura, estamos extraviado. Es la cultura lo único que nos puede salvar, pero hablamos de cultura como este conocimiento ancestral y no como la mercantilización del folclor, como se venía haciendo anteriormente, porque hay que entender con claridad que la cultura se enseña, se transmite, que la cultura trasmuta y se transforma, nos sostiene como sociedad y se comparte, pero la cultura no se vende.

 

DEMASIADAS CARAS

 

Esta nueva generación de personajes políticos tiene prisa por ayudar al estado, de trabajar para la comunidad y en ese entusiasmo se les olvida que todo tiene su tiempo, aunque ahora se han adelantado un poquito con las aspiraciones para dar el salto a otro puesto y la propaganda es abundante. Ahora son también los diputados y diputadas (locales y federales) quienes publicitan ampliamente sus informes personales, que se cuelgan de los logros colectivos. A este paso, en unos años veremos eventos e informes del presidente de nuestra colonia o el jefe de nuestra cuadra.

Ojalá que el ímpetu no le gane a los resultados. Como personas públicas y funcionariado deben entender que hay gastos que se pueden aprovechar en cosas más importantes.

Porque los tiempos cambian y las redes sociales, esas “benditas redes sociales” como bien dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador, han demostrado ser una herramienta democratizadora para incentivar el acceso a la información y difusión, arrebatando el monopolio de la “verdad” a los medios, así lo vimos con la llegada del jefe del Ejecutivo Federal, pues la gente lo defendió de los ataques y a través de las redes sociales se logró consolidar el movimiento, por lo menos fue una de las herramientas fundamentales para lograrlo, pero se trató de un fenómeno orgánico, con un desarrollo natural que atendió a las necesidades sociales e históricas del momento.

Este uso democrático va pervirtiéndose por la vanidad de un sector de la clase política, pues vemos a funcionarias y funcionarios que se creen influencers, que hacen entrevistas, exhiben su vida privada, nos muestran vicios privados con la intención de convertirlos en virtudes públicas.

Escuchamos a cierta diputada que nos dice que va a renunciar su sueldo, lo enarbola como si se tratara de una conducta plausible pero, ¿de qué va a vivir? Además, nos dice que ella no hace acuerdos en lo oscurito y que vota pensando en lo mejor para todos, pero no es algo admirable ni para felicitarle, pues ese es su trabajo. La honestidad es un valor moral inalienable en la función pública.

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