Donald Trump volvió a encender conflictos en el escenario internacional antes incluso de aterrizar en Asia. Durante el vuelo rumbo a Malasia, el presidente estadounidense anunció nuevos aranceles del 10% a Canadá, desatando una nueva guerra comercial con uno de sus principales socios. El motivo: un simple anuncio televisivo desde Ontario que, según él, “tergiversaba” su política económica.

El gesto fue interpretado por analistas como una reacción desproporcionada y populista, típica de la diplomacia del magnate, que utiliza los aranceles como herramienta de presión política sin medir los efectos en la economía global. Canadá, segundo socio comercial de Estados Unidos y pieza clave del T-MEC, ya enfrenta severos daños por los gravámenes anteriores de Trump, que golpearon sectores estratégicos como el acero, el aluminio y la energía.

Mientras en Kuala Lumpur se registraban protestas contra su visita, Trump insistió en su retórica agresiva y confirmó que no se reunirá con el primer ministro canadiense, Mark Carney, durante la cumbre de la ASEAN. El mandatario estadounidense busca proyectar fuerza ante su base electoral, pero en el proceso ha vuelto a aislar a Washington de sus aliados tradicionales.

En contraste, la gira que lo llevará a Japón, Corea del Sur y posiblemente a un nuevo encuentro con Kim Jong Un, parece centrarse más en la autopromoción que en una estrategia coherente de política exterior. Trump llega debilitado internacionalmente, cuestionado por su manejo de la economía y rodeado de tensiones comerciales que él mismo ha creado.

Con cada viaje, el expresidente vuelve a demostrar que su visión del mundo se basa en la confrontación y el espectáculo, no en la diplomacia. Su nueva ofensiva contra Canadá confirma que Trump no busca acuerdos: busca enemigos.