Ciudad de México a 23 mayo, 2025, 21: 55 hora del centro.
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El fascismo no llegará vestido de Hugo Boss

El fascismo no llegará vestido con gabardinas negras y botal altas de Hugo Boss al más puro estilo de las Schutzstaffel, ni ondeando banderas con esvásticas; tampoco llegará cantando himnos, ni con ningún otro símbolo identitario; tampoco lo hará proponiendo la creación de campos de exterminio –no se atreverían–, porque el fascismo no se reduce a un conjunto de símbolos ni rituales, sino que tiene su seno en ideologías cuyos límites se desvanecen cual si fueran nebulosas y se encarnan en una serie de hábitos culturales y en maneras de pensar y de sentir, que sobreviven en el tiempo y en el espacio.

Quizás una primera aproximación para relacionarse con el tema sean las famosas características enlistadas por Umberto Eco, quien –cabe aclarar y por lo que se percibe en sus palabras– al momento de escribir sobre ello tenía como su más próximo referente a la Italia fascista de Mussolini; sin embargo, hacerlo de manera superficial produce ambigüedad y terminamos viendo fascismo en todos lados. Lo más relevante de la lectura es que estas reiteradamente citadas características, para ser propiamente fascistas, deben de ser atravesadas por rasgos comunes que se relacionan con la intención de exclusión, el abrazo a la violencia para la resolución de conflictos, el miedo y la oposición a lo diferente (personas, culturas, tecnologías) y el elitismo, incluso en sectores populares (aún la persona más pobre siempre tendrá la falsa sensación de ser más que el migrante racializado, que el mendigo, que cualquier que tenga menos), por mencionar algunos, a consideración los más relevantes.

Es por ello que si el fascismo llega lo hará en la gente normal, en vecinos y conocidos, sin distinguir estatus socioeconómico, porque esa serie de hábitos culturales permean en todas las capas de la sociedad dado que los pilares de la ideología fascista son padecimientos sociales que podrían identificarse como problemas estructurales arraigados en nuestra realidad, los cuales estamos muy lejos superar y, aunque no son necesariamente fascismo, son probables elementos para su gestación.

Hay que tener cuidado en no llamar a todo fascismo, porque si todo lo es nada termina siéndolo, y en este error han caído innumerables voces de la opinión popular que, por despistados, desinformados o por una franca deficiencia de comprensión lectora, concluyen poniendo en el mismo lugar toda expresión que superficialmente comparta algún rasgo de similitud con uno de los 14 síntomas del fascismo, sin profundizar en los matices internos que cada una de estas expresiones tenga, puesto que eso revelaría orígenes y formas distintas entre ellas y así se darían cuenta que es una grave error llamar fascismo a todo.

Y citando a Eco, el fascismo encuentra público en las clases medias asustadas por la presión de grupo sociales subalternos, avivadas y frustradas por algún tipo de crisis (quizás el viraje hacia la derecha de algunas alcaldías de CDMX durante las elecciones de 2021 sea un buen ejemplo de ello). Por eso, si al fascismo se quiere enfrentar, además de la transformación de conciencias, se debe de procurar el bienestar de la sociedad para que esta no se vea en la desesperación de abrazar ideas fascistas en la búsqueda de ese bienestar.

Y, sobre todo, mientras haya unidad popular el fascismo no pasará.

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