Desde que el Presidente puso en la mesa de debate público la revocación de mandato, una tesis opositora ha envenenado el aire: la ensoñación febril de que ese mecanismo de democracia directa en realidad entraña «intenciones reeleccionistas» de López Obrador, quien, de ganar tal referéndum, inmediatamente, según su interpretación, pondrá en marcha un proyecto que altere la Constitución y permita que el Presidente en funciones se reelija, o prolongue su mandato, o se extienda un sexenio más… o algo así.
Aquí en este espacio ya se ha hablado de quién fue el primero en especular semejante pamplina. Los que hoy espetan ese bulo se ven a sí mismos como demócratas, liberales e ilustrados, pero se sorprenderán al saber que al augurar la reelección de López Obrador, lo único que hacen es reproducir los prejuicios de la derecha más rancia y cerril mexicana, pues fue el señor Salvador Abascal Carranza -heredero del sinarquismo y la cristiada- el primero en especular esa irracional paparrucha en octubre de 2002, cuando acusó a AMLO de «querer imponer una dictadura» prolongada en el entonces DF cuando propuso someter su mandato a referéndum.
Más allá de eso, es de nuevo revelador observar las ínfulas persistentes de la oposición: su obsesión por adivinar «el futuro» que nos espera con López Obrador. Esa insistencia se pinta como una serie de premoniciones y predicciones nacidas al amparo de su ilustración y sabiduría. La realidad es todo lo contrario. Los malquerientes del presidente se la pasan especulando tonterías sobre lo que creen que «AMLO va a hacer» porque ignoran lo que en la historia reciente AMLO realmente ha hecho. De ahí sus constantes desatinos analíticos.
Sin embargo, esa apuesta por pronosticar futuros apocalípticos causados por López Obrador parece tener una arista estratégica. Primero, sus malquerientes «denuncian» un futuro negro causado por el tabasqueño. Luego, cuando tal futuro no se cumple, en lugar de asumir su fracaso como pitonisos, optan por el atajo mental de sentirse héroes: «si tal futuro catastrófico no se cumplió, es porque nosotros con nuestra crítica lo prevenimos».
Así, cuando en 2024 López Obrador no se reelija, toda la horda de ideólogos panfleteros que hoy preconizan que «quiere reelegirse», querrán colgarse la medalla de que no hubo reelección gracias a ellos. Cuando en realidad, en la biografía de AMLO, y en los cinco cargos públicos -administrativos o de elección popular- que ha ostentado, no existe el menor indicio de que haya estado tentado por aumentar sus atribuciones o prolongar su mandato o exhibir una sed insaciable de poder. Sus adversarios más acérrimos no pueden decir lo mismo: el señor Fox trató de impulsar la candidatura de su esposa Martha Sahagún cuando fue presidente y el impresentable presunto genocida Felipe Calderón ha hecho esfuerzos turbios y corruptos por mantenerse o regresar al poder, sea impulsando candidaturas de Margarita Zavala o fundando un partido político mafioso.
Así pues, por eso es tan recurrente en el discurso opositor «vislumbrar futuros» cuando se trata de AMLO. Prefieren imaginar un porvenir negro que, cuando no se cumpla, será porque ellos se alucinen a sí mismos como los héroes que lo impidieron. Y qué bueno que así sea, porque el golpe de realidad puede ser muy duro para su equilibrio emocional.
Hace cuarenta años, el priismo salinista tabasqueño inventó los alucines de que si López Obrador llegaba a algún cargo público en Tabasco, lo que haría sería convertir las Iglesias católicas de la Chontalpa en centros de adoctrinamiento soviético-comunista. Cuando todo eso nunca pasó, los gestores de esa paparrucha quedaron como vulgares intoxicadores del del debate público. La oposición hoy que hace sus premoniciones absurdas se ve a sí misma como heroica y combativa. La verdad es que más bien se ve como en aquel momento se vieron aquellos priistas tabasqueños: haciendo el ridículo.