Han pasado ya dos décadas de lucha, movilización, gestión, logros y desafíos. Veinte años desde el inicio de un movimiento que no ha dejado de salir a las calles, de tocar puerta por puerta, de hablar con la gente cara a cara, con la verdad por delante. Un movimiento que sembró esperanza, donde antes había resignación, y que cosechó conciencia, donde antes había indiferencia.
Hace 20 años, el Presidente Andrés Manuel López Obrador enfrentó uno de los episodios más injustos de la vida política nacional: el intento de desafuero orquestado por el gobierno de Vicente Fox. Aquello, que parecía una maniobra para detener a un líder popular, terminó siendo el punto de quiebre del antiguo régimen que daría origen a una de las transformaciones sociales y políticas más profundas en la historia reciente de México.
El primer intento por frenar la llegada del Licenciado López Obrador a la presidencia no fue solo jurídico ni político; fue también mediático y profundamente clasista. Le temían, porque representaba una amenaza real al viejo régimen. No era solo un hombre, era un símbolo viviente de la dignidad de millones. Pero lejos de debilitar su liderazgo, el desafuero lo catapultó. Lejos de sembrar desconfianza, consolidó la lealtad de un pueblo que, desde entonces, decidió no soltarle la mano.
El 7 de abril de 2005, la Cámara de Diputados votó (por consigna) a favor de retirarle el fuero al entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Ese día, López Obrador pronunció un discurso que marcó un antes y un después en la historia de México. Ese discurso no solo fue una defensa de su persona, sino un llamado a la conciencia colectiva, una denuncia contra el uso faccioso del poder y una invitación a construir un país más justo.
La acusación era absurda: desacatar una orden judicial relacionada con la construcción de una calle para conectar un hospital. Pero la verdadera razón fue revelada tiempo después, cuando el propio Vicente Fox reconoció que hizo todo lo posible, por la vía legal, para impedir que López Obrador llegara a la presidencia.
Ese intento de freno no funcionó. Por el contrario, encendió la llama de un movimiento que años más tarde daría vida a la Cuarta Transformación. Un movimiento pacífico, democrático y profundamente humano, que puso en el centro de la política a los olvidados, a los excluidos, a los que nunca antes habían sido escuchados.
Hoy, al mirar atrás, no se puede hablar del desafuero sin hablar del nacimiento del Obradorismo como fuerza política y moral. Porque más allá de los partidos, el Obradorismo representa una nueva manera de entender la política: como un acto de servicio, de cercanía, de convicción ética y de compromiso con el pueblo.
Y por eso, cuidar este legado es una tarea urgente, de todas y todos. No solo se trata de honrar la historia, sino de preservar el rumbo de un proyecto que ha dignificado la vida de millones. No se trata únicamente de mirar con nostalgia lo que se ha logrado, sino de asumir con responsabilidad su defensa.
La lucha del movimiento obradorista no ha terminado. Hoy, más que nunca, debemos recordar de dónde venimos, porque el poder, sin memoria, se convierte en abuso. Y la historia, sin continuidad, corre el riesgo de repetirse.
Cuidar el legado de la Cuarta Transformación es cuidar la esperanza de un país que decidió, por fin, caminar con la frente en alto. Es no permitir que regresen los privilegios de unos cuantos sobre los derechos de todos. Es mantener viva la llama de un movimiento que nació del pueblo y que solo al pueblo se debe. Es recordar que la historia nos seguirá juzgando.