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Acogiendo a delta

El virus en su variante delta es tan eficaz que ya se adaptó a la vacuna contra covid-19, lo que agrava su peligrosidad. Ha sido tan competente para hacer daño que en su nueva versión resulta ser igual de contagiosa que la varicela. Previamente fuimos informados que cuando un virus se queda por mucho tiempo, terminaría por mutar. Lo estamos viendo. Nos habían dicho que quienes estuvieran vacunados no contagiarían a otros, pero como con los no-vacunados, resulta que sí. La diferencia es que quienes fueron inmunizados están protegidos. Delta demuestra lo exitoso de las mutaciones, arrinconando otra vez al mundo.

La humanidad está ante un escenario más grave que el anterior por la velocidad de contagio. Además de la recaída mundial en el combate contra la nueva modalidad, dice alguna gente (que no es científica) que, debido a que todos pueden transmitir el contagio, da lo mismo vacunarse que ignorar el llamado a protegerse. El error de la ignorancia promueve que no es necesario inmunizarse porque no pasa nada. La difusión de ese rumor incita a indecisos a hacer caso omiso a la recomendación de la ciencia.

Delta tiene un “garrote”, pues en las mutaciones, la proteína pico o espiga “sobresale de la superficie del virus como un garrote” dice la viróloga Angela Rasmussen, de la Universidad de Saskatchewan. Su ejemplo es coincidentemente gráfico. Explica que el coronavirus utiliza “la proteína pico para entrar en las células humanas, y sus cambios pueden ayudar al virus a evadir los anticuerpos” (Los Angeles Times).

La aparición de delta obliga a “redefinir la situación”, coinciden los inmunólogos, pues ante la nueva realidad no se puede actuar con las mismas armas que se habían utilizado. Antes, al covid-19 le tomaba seis días incubarse, pero con los nuevos cambios genéticos la variante lo consigue en cuatro días. Si el coronavirus contagiaba a dos o tres personas, delta infecta a seis. El 99% de los estadounidenses que han muerto no estaban vacunados, de acuerdo con el informe de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades CDC (por sus siglas en inglés) de Estados Unidos.

 

La vacuna es un gran avance que demuestra ser eficaz al disminuir riesgos. El problema es olvidar que las medidas de salud están vigentes. En la mayoría de los casos, la vacunación evita a quien se contagia usar un ventilador. Con todo y las dosis aplicadas hay que usar mascarillas. Estados Unidos y Alemania regresaron a esa protección. Dos grupos que afectan a la mayoría necesitan replantear su decisión: los privilegiados y los incrédulos. El sector privilegiado sigue dedicado a viajar o ir de fiesta como si no hubiera crisis de salud y el segmento incrédulo, al no creer en la eficacia de la vacuna, pone en riesgo al resto. Ambos podrían decidir ser responsables y pensar en los demás. En pandemia el interés colectivo debería prevalecer sobre el individual. La libertad personal en pandemia no considera el derecho a contagiar.

A excepción de ellos, para el resto del mundo la alarma es global. Quienes no colaboran en la lucha contra la pandemia contribuyeron a que se cumpliera la advertencia sanitaria que anticipó que, si el virus permanecía más tiempo, surgirían mutaciones genéticas reforzadas obligando a la ciencia a encontrar nuevas maneras de hacerle frente. Los oídos sordos a recomendaciones sanitarias trajeron a delta.

Como ocurrió con covid-19, delta reportó su presencia sobrecogiendo a la parte consciente del mundo, al detectarse casos de muertes incluso entre personas vacunadas en países que tenían vacunación al cien por ciento como Israel, Emiratos Árabes Unidos y Chile. Los no-vacunados y quienes viajan como si no hubiera restricciones sanitarias quizá consideran que para ellos las reglas no aplican. Pero, ni covid-19 ni delta podrán erradicarse sin la colaboración universal.

En Francia, el presidente Emmanuel Macron fue criticado por los no-vacunados por imponer medidas que ordenan permanecer recluidos en casa hasta que se inmunicen. Su protesta en ciento cincuenta ciudades repudia la exigencia del gobierno de presentar certificado sanitario para acudir a restaurantes, bares, cines y teatros. Como en México y en muchos países, los franceses no-vacunados plantean la decisión como un asunto de libertad, pero ¿debe haber libertad para poner en riesgo a los demás? Existe el derecho universal a la salud, no el derecho a infectar.

De acuerdo con su población México es el país más vacunado de América Latina. En naciones con menor densidad, Chile y Uruguay encabezan la inmunización con la ventaja de contar con mejores sistemas de salud y menor índice de pobreza. En la medida de sus posibilidades, México donó las preciadas dosis a diez naciones de esa región y del Caribe, iniciando en Belice, congruente con su exigencia ante miembros del G-20 de apoyar a quienes no cuentan con la vacuna. En el caso mexicano, la complejidad del combate contra los contagios es su densa población que necesita usar transporte público para ir a trabajar en Ciudad de México, situación que no enfrentan Monterrey o Guadalajara. Pero el país no puede volver a cerrar la economía.

Delta no presenta necesariamente mayor letalidad que otras variantes, pero “puede matar a un gran número de personas simplemente porque infecta a muchas más”, dice el doctor Eric Topol al frente de Scripps Research Translational Institute a Los Angeles Times. Su letalidad está en función de la velocidad de contagio. Si hay más infectados habrá más muertes. Explica que al “adherirse a la proteína pico los anticuerpos que dan las vacunas bloquean que el virus penetre en las células”. Las vacunas son eficaces pues impiden que el contagio tenga niveles de gravedad. Científicos como el profesor Vaughn Cooper de la Universidad de Pittsburgh explica al mismo diario, que delta es eficaz porque “secuestra la maquinaria genética” y advierte que “Si el número de infecciones sigue siendo alto, va a seguir evolucionando”.

Después de haber lidiado durante año y cinco meses contra el virus SARS-CoV-2 el mundo está agotado pero la única salida es seguir las mismas recomendaciones. Parecería que la humanidad poco ha aprendido de la experiencia. Hay que tomar nota que el cubrebocas debe seguir siendo parte de la vestimenta, como los zapatos o ropa interior; la vacuna salva vidas, pero la infección deja secuelas como fatiga crónica, ansiedad o depresión. La normalidad no regresó.

Mientras el mundo debate de si es necesaria una tercera dosis de refuerzo, científicos más cautelosos opinan que no hay datos suficientes para apoyar esa propuesta.  Lo que es cierto es que la respuesta está en la responsabilidad colectiva. Se requiere esperar, tener paciencia, conservar la calma y poner el interés de todos por encima del propio. Si la aldea global clama por salir, necesita sumarse a la lucha de científicos y gobiernos contra el letal virus.

Los casos bajaron cuando se dejó de socializar y se tomó al virus en serio. Ni un alto poder adquisitivo ni prejuicios antivacuna vencerán a delta ni a variantes subsecuentes. Comprar distracción asociada a multitud pone en riesgo la inmunidad colectiva. Lo que salvará al mundo es la vacuna, el cubrebocas y evitar multitudes. La alianza es con la gente, no con el virus. Si delta tiene un “garrote”, hay que prevenirse de los que traigan las siguientes variantes de mayor velocidad de contagio. Frente a nuevos garrotes producto de una continua mutación genética, solo la búsqueda de una consensuada inmunidad universal salvará a la humanidad.

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