En el espejo brasilero

En el espejo brasilero

Después de ver el documental de Petra Costa, Al filo de la democracia (2019), uno no sólo queda anonadado, sino que no puede evitar ver la similitud entre las élites latinoamericanas. El impeachment a Dilma y el encarcelamiento a Lula no distan mucho de aquel fallido intento de desafuero a López Obrador, ni de los constantes esfuerzos hechos por el gobierno argentino para encarcelar a Cristina Fernández de Kirchner, ni de la persecución encabezada por Lenin Moreno hacia Rafael Correa en Ecuador.

Resaltan imágenes absurdas, como el presidente Bolsonaro alabando al torturador de Dilma Roussef. El sistema judicial brasilero queda al desnudo, donde el mismo tipo que te investiga (el fiscal) es el juez, y operan campañas de desprestigio en la mayoría de los medios hacia los gobiernos del Partido dos Trabalhadores (PT). El documental narra cómo la frágil alianza lograda por el gobierno de Lula entre el poder económico y el ‘pueblo’ se rompió en 2013-14 durante el gobierno de Rousseff.

La élite brasilera estuvo pacientemente preparando su vuelta durante sus años en oposición. Sentían que alguien había entrado a su casa (ese lugar que creen que les pertenece casi por naturaleza), se había sentado en su sillón y lo había dejado afuera. Tuvieron el descaro de poner todo el campo de juego a su favor para que la contienda electoral de 2018 fuera un mero trámite. En ese sentido, el impeachment a la exmandataria brasilera y la persecución al expresidente no respondieron a procesos genuinos de justicia, sino a los intereses de una élite que no toleraba de pronto ver a los ‘negros de las favelas’ en las mismas universidades que ellos, en los aeropuertos, en los restaurantes, en los bares, compartiendo el mismo espacio. Pues estos negros representaban un sector al cual la oligarquía siempre se había encargado de no mirar, de apartar, de rechazar como si no formaran parte de la nación, al menos que algunos de ellos tuvieran un talento inconmensurable en los pies, se vistieran de verde-amarela y se encargaran de gambetear alemanes, argentinos o italianos.

Después de la derrota, en el campo nacional-popular sólo queda la organización partidista (PT), el sindicato más grande de América Latina ligado al PT (Central Única dos Trabalhadores), algunos espacios a nivel local, la esperanza de la vuelta de Lula y poco más. Sin embargo, nos podemos llevar una gran lección:

Cuando una fuerza nacional-popular gana una elección no accede a todo el poder, sino solamente a una parte del mismo. Las otras fuerzas mantienen espacios a nivel legislativo y judicial, tienen el poder económico, la mayoría de los medios de comunicación; y no dudan en usarlos para impedir o dificultar cualquier transformación. De este modo, cualquier fuerza-nacional popular que intente no hacer un mero cambio electoral, sino revolucionar la estructura estatal, el sentido común, los hábitos, las costumbres, los colectivos imaginarios entra a una «guerra de posiciones» en el sentido gramsciano. En otras palabras, la fuerza nacional-popular cuando triunfó en las elecciones no ganó el torneo, sino que apenas consiguió su pase a la liguilla. Aún le quedarían varios partidos por disputar.

Por lo tanto, uno de los deberes de las fuerzas nacional-populares siendo gobierno es ganar tantas posiciones como sea posible, es acceder y transformar esos espacios a los que no se llega por la vía electoral. Para que el día que suceda la derrota, la vuelta sea más fácil.

Alejandro Moreno. Licenciado en Geografía, UNAM-Universidad
de Hamburgo. Primer lugar del Concurso Nacional de Tesis (2017),
por la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales.
Estudia la maestría en Ciencia Política en la Universidad de Essex.

Twitter: @alexmrhdz

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