Por: Carlos A. Romero Arreola
Tras la derrota de las fuerzas de eje en 1945, la alianza que reunía potencias tan disímbolas como la URSS con EE. UU. y el Reino Unido comenzó a mostrar la fragilidad de su cohesión y eventualmente se fracturó para dar paso a un largo período que se conoce historiográficamente como “la Guerra Fría”. Las potencias triunfantes se enfrascaron en un conflicto geopolítico que confrontó dos modelos: el liberal-capitalismo encabezado por EE. UU. y el socialismo representado por la URSS.
La disputa por la hegemonía global se peleó en los terrenos armamentista, espacial, deportivo, diplomático, económico, social, cultural e ideológico; la amenaza de destrucción mutua fue permanente con el exponencial desarrollo de armas nucleares apuntándose de este a oeste y viceversa. A pesar de que la confrontación bélica nunca se dio directamente entre EE. UU. y la URSS (encontrando su punto más álgido durante la crisis de los misiles 1962), los países aliados y periféricos a estos epicentros de poder sí se enfrascaron en conflictos bélicos como peones del ajedrez global de la época.
En 1989 cayó el muro de Berlín y con él los gobiernos prosoviéticos de Alemania, Checoslovaquia y Rumania; en diciembre de 1991, la URSS se disolvió. Estos acontecimientos fueron interpretados como el fin de la Guerra Fría con el consiguiente triunfo absoluto del bloque occidental, del liberal-capitalismo y de la hegemonía indiscutible de EE. UU. como potencia mundial. Incluso, llegó a decretarse el fin de la historia (Fukuyama) a razón del agotamiento de la dicotomía ideológica.
Esta interpretación, sin embargo, deja de atender los múltiples frentes que el imperialismo de las potencias (sí, de las dos potencias) abrió a lo largo de toda la geografía mundial y que a más treinta años se mantienen activos —en mayor o menor grado— y que alcanzaron América Latina en formas sutiles en algunos casos y trágicas en otros más, muchos de las cuales se resienten aún en la actualidad.
La Guerra Fría en América Latina y el Caribe se centró en dos premisas fundamentales: represión y revolución. La represión vino desde el Estado, las élites económicas, políticas y militares, alineadas a los intereses de empresas y agencias norteamericanas para impedir, a toda costa y sin escatimar en recursos ni esfuerzos, el avance del socialismo. La revolución estuvo representada por las demandas de justicia, democracia e igualdad de las masas de trabajadores, estudiantes, campesinos y desposeídos, estas últimas encontrando eco en las organizaciones, movimientos o partidos de izquierda de sus países.
La disputa por América Latina y el Caribe durante la Guerra Fría implicó la instauración de la Escuela de las Américas (1946-1984), la conversión de Puerto Rico en estado asociado (1952), el golpe de estado en Guatemala (1953), la fallida invasión de Playa Girón, el embargo y las sanciones económicas a Cuba (1961-2021), la operación Condor (1975) con la imposición de dictaduras en Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia, la intervención de Granada (1983), el financiamiento a los Contras en Nicaragua (1982-1987), la invasión de Panamá para capturar a Noriega —desastroso aliado de EUA— (1989), la guerra sucia que del Río Bravo al Estrecho de Magallanes desangró al continente entre desapariciones, tortura, asesinatos y un innumerable listado de vejaciones, abusos y violencia de los que México puede dar cuenta detallada.
Pero el fin formal de la Guerra Fría y el triunfo del bloque occidental no significó para América, ni para el resto del mundo, la instauración de las libertades, el desarrollo y la democracia que pregonaba el liberal-capitalismo; por el contrario, la marginación, desigualdad, pobreza y violencia se multiplicó manteniendo vivas las reivindicaciones que, desde la década de los noventas y hasta nuestros días, han sabido encontrar cauce en proyectos nacionales progresistas y populares que han tenido que enfrentarse a las mismas y nuevas formas de intervencionismo imperialista.
La tradición intervencionista y golpista se mantiene, reforzando la asesoría, entrenamiento y financiamiento de grupos políticos y militantes opuestos a los gobiernos de corte popular progresista; conspirando, malinformando, desestabilizando.
El llamado surgido de la pasada Cumbre de la CELAC para instituir una entidad supranacional alternativa a la OEA es un paso necesario para la construcción de la Patria Grande. El escenario post Guerra Fría sigue implicando para la región la disyuntiva entre soberanía y subordinación que no podrá ser equilibrada en tanto exista un mundo unipolar, y la conformación de un bloque político, económico y social latinoamericano podría equilibrar la balanza en la región. El camino de la política internacional trazado por la 4T marcha en un sentido de dignidad, solidaridad y liderazgo como no se había visto desde el cardenismo.
@cromeroarreola
Politólogo, profesor de la UAEMex, latinoamericanista, 2660 MSNM.