Occidente vive obsesionado con el amor romántico, y tiene sentido: es la única pasión imbatida por los vicios del neoliberalismo. O mejor dicho: es una pasión fácilmente manipulada por este proyecto político. Sus bienes han sido ya mercantilizados, y lo mismo puede adquirirse en forma de chucherías y narrativas como de servicios de toda clase y alcance. El happy end banal es completamente compatible con la fugaz satisfacción del consumo de nuestro tiempo.
La amistad, en cambio, no se lleva bien con el neoliberalismo. No hay manera de valuar, sin forzaduras, la utilidad de la amistad, pues ésta casi vale por sí misma. De hecho, cuando intentamos tasarla es claro que la estamos pervirtiendo y podemos señalarla de convenenciera; una falsa amistad. Y no sólo eso: sus mejores momentos son francas pérdidas de tiempo ante los ojos neoliberales, obsesionados con la producción. Nuestros amigos y amigas son con quienes podemos bajar la guardia y olvidar las preocupaciones de la vida cotidiana. Estar con los amigos es vencer la lógica de la autoinversión eterna que nos obliga siempre a pensar en nuestra competitividad individual. Es abrirle un boquete de viabilidad al mero placer de estar con quienes nos quieren y queremos, en medio de la soledad del horrible individuo en el que nos hemos convertido y de la competencia global que habitamos. La amistad es la flor de concreto que se rehúsa a la extinción y crece en la más árida de las banquetas.
Hay, además, un componente adicional en la amistad: es una relación humana que depende en gran medida de nuestra voluntad. La gente no sólo nos cae bien, sin mayor remedio: también decidimos con quién queremos forjar una amistad, y con quién no; con quién queremos cultivar ese suelo ya fértil de antemano (si se quiere ceder a los impulsos psicologistas de nuestros tiempos), y con quien no. Tiene, pues, las mismas ventajas que la solidaridad exhibe frente a la empatía, mucho más de moda: mientras que la segunda debe sentirse siempre (a pesar de lo arbitrario que puede llegar a ser el sentir o no sentir algo por alguien), la solidaridad se cosecha, se trabaja, y por lo tanto, se escoge. Se decide. Es una idea que permite la construcción de comunidad, y no sólo nos impone el deber de desear comunidad.
Me parece que esto explica, en alguna medida, por qué es tan difícil tener amigos y amigas en nuestros tiempos. Al menos sé que lo es para mí. Difícilmente hay tiempo. Difícilmente hay ganas. Difícilmente hay dinero. Difícilmente hay espacio. Difícilmente hay paciencia. Difícilmente hay talento…
Ninguna de estas dificultades es casual. Más bien son los efectos de un neoliberalismo que ha decidido atacar todo aquello que no puede asimilar. La amistad está en asedio, y me parece fundamental protegerla si queremos recuperar la posibilidad de vivir en colectivo.