“La esencia del anarquismo es la convicción de que la carga de la prueba para justificar cualquier jerarquía de poder debe recaer en la autoridad, y si no es legítima, deberá ser desmantelada”.
Noam Chomsky
El filme Disturbios, disponible en México en la plataforma MUBI[1], nos transporta a una comunidad rural en Suiza de finales del siglo XIX que experimentó una enorme agitación política —de repercusiones globales— por los efectos de la industrialización, al igual que por el florecimiento del movimiento anarquista. La resistencia ante la necesidad obligada de entenderse con las nuevas y variadas tecnologías que se incorporaron a la vida y el trabajo de la ciudadanía, que se muestran en la película, sigue vigente hasta nuestros días, como lo vemos con la lucha del gremio de guionistas y actores de Hollywood para limitar el uso de la inteligencia artificial en su industria.
La historia nos muestra a Pytor Kropotkin, un geógrafo y naturalista ruso que se convirtió al anarquismo durante su estancia en Suiza, y a una fábrica de relojes ubicada en el macizo de las montañas Jura, cerca de Berna, la ciudad que sirvió de refugio para algunos anarquistas sobrevivientes de la masacre de la Comuna de París en mayo de 1871[2]. Pocos lugares en el mundo experimentaron con tanta seriedad las ideas democráticas radicales desde una sociedad federalizada, con autogestión local, y comprometida con la ayuda mutua y solidaridad con los movimientos socialistas de todo el mundo como Suiza. Tanto así que una década después Berna fue sede del Congreso Internacional Anarquista. En un tono muy sutil e inteligente, la narrativa nos deja ver las pequeñas, pero constantes humillaciones que sufrieron los empleados de la fábrica por el sistema tecnificado de gestión empresarial, que de manera obsesiva mide y compara su eficiencia con la de los otros trabajadores. Así como en la actualidad no se utiliza la inteligencia artificial para hacer un cine de mejor calidad sino para desplazar a los actores y guionistas, las medidas de explotación laboral de la fábrica no eran para producir mejores relojes. En ambos casos, las tecnologías se utilizan solamente para que unos pocos acumulen más riqueza.
La resistencia de los anarquistas se manifiesta de muchas formas. Este movimiento está conformado por gente que busca la igualdad, que vota para enviar ayuda a movimientos obreros en el extranjero y recauda fondos para otras comunidades —lo cual contrasta con los objetivos de las elites locales—. Cuando nos muestran en una escena la forma en que las ganancias en productividad se las queda la empresa en lugar de recompensar a las obreras más eficientes, vemos también como ellas reducen su ritmo de producción para evitar que despidan a sus compañeras menos productivas, generalmente las personas mayores. Son mujeres más solidarias que ambiciosas porque saben que con el tiempo ellas estarán en la misma condición de desventaja.
Todo lo anterior es de esperarse de cualquier movimiento de base social, pero el rasgo más importante de la resistencia, una historia central a la trama, es la de una cooperativa anarquista proveedora de partes esenciales para fabricar relojes. Los dirigentes se niegan a surtir pedidos, contra la lógica de la ganancia, cuando saben que sus piezas serán destinadas para uso militar, porque los anarquistas, además de buscar condiciones de trabajo dignas para todos, se preocupan si el uso que se le dará al producto no traiciona su conciencia de clase[3]. De esta manera, se opusieron a los nacionalismos republicanos que reemplazaron a las monarquías de Europa, por considerarlos una estructura de poder centralizado y autoritario para que las élites extraigan las riquezas naturales del territorio y opriman a las clases populares.
La poderosa metáfora de los mecanismos de relojería suiza[4] nos muestra cómo equilibrar la fuerza de la rueda de balance —la inteligencia artificial— con los mecanismos de control —la regulación—. La resistencia suiza nos sirve de guía e inspiración para enfrentar de manera no violenta los desafíos civilizatorios que provocan las desigualdades sociales, la catástrofe climática y los genocidios neocoloniales. Reconectar los valores anarquistas de la autogestión comunitaria, solidaridad internacional y la unión de las mujeres, con las poderosas tecnologías emergentes, permitirá transformar las definiciones del tiempo y del trabajo desarrolladas y establecidas durante los primeros tiempos del capitalismo industrial y que aún rigen nuestras vidas. La tecnología no solo puede, sino debe ser la herramienta que desmantele los perversos y obsoletos mecanismos de explotación existentes para liberar el potencial humano y construir una sociedad más justa, libre y pacífica.
[2] NatGeo Sangre y fuego en París, el final de la Comuna. Entre el 21 y 28 de mayo de 1871, en la llamada Semana Sangrienta, el ejército francés puso fin a la insurrección de París con un asalto que acabó con más de 20,000 muertos, buscando de manera perversa recuperar con esta masacre de civiles la reputación perdida en el campo de batalla contra del ejército prusiano.