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Aniversario: ¿celebrar es cultural?

Las celebraciones son parte de nuestra cultura, a los mexicanos —y en general a los latinos— nos gusta celebrar. Celebramos la vida, la muerte, aniversarios, al recordar a nuestros seres queridos, al terminar un proyecto, encuentros, partidas, aniversarios, etcétera. Siempre tenemos una razón para reunirnos y celebrar, para convivir, para compartir, para platicar, reír, llorar, recordar, añorar, suspirar y bailar.

A ojos de algunas otras culturas, tanto festejo se podría llegar tomar como un exceso, demasiadas ocasiones para gozar y estar juntos; pero no para nosotros. Nosotros somos gente de contacto, de cercanía y de sentir la alegría de los que amamos como si fuera nuestra. No requerimos de mucho para celebrar, el sentarnos alrededor de una mesa en la que se ofrezcan platillos sencillos, pero preparados con amor y con dedicación y sin lujo alguno, es tan buen escenario como lo puede ser la mesa mejor ataviada del barrio.

Nuestras celebraciones no se basan en la apariencia, ni en el costo de los alimentos o en los lujos baratos, sino en lo que cada uno de nosotros aporta a tal momento. Lo que nuestra personalidad y ser complementan en el momento, las cualidades de cada uno de los integrantes y el calor de unidad que se genera del mismo contacto humano.

De las más comunes reuniones para convivir tenemos aquellas relacionadas con los onomásticos; esas son las que en la mayor parte de las ocasiones se reservan para los más cercanos, son muy especiales y durante ellas los simbolismos específicos del festejado se hacen presentes —tales como recordar momentos de su infancia o bromear de situaciones cómicas de épocas anteriores o de sus años de juventud—. Celebrar un cumpleaños entre mexicanos es todo un evento, es el momento de estar con el festejado y de una manera u otra hacerle sentir cobijado y amado.

Entre otras ocasiones de fiesta tenemos las marcadas en el calendario, casi todas ellas colmadas de música, color y alegría desbordada. Entre tantas fiestas que disfrutamos en México es la del 15 de septiembre, la más cercana y una de mis preferidas.

Esta celebración es muy especial para mí ya que estudié el nivel básico en una escuela de puras alumnas mujeres, en la que las directoras y dueñas también eran mujeres. Ambas inglesas y muy estrictas, ambas amantes de los honores a la bandera, de marchar y respetar los símbolos patrios.  Una vez al mes marchábamos todas las alumnas, docentes y directivos por la colonia; era mi día favorito. Debía llevar boina, guantes, uniforme perfectamente limpio y planchado, corbata, calcetas altas y el cabello muy bien acomodado en un chongo. El día antes de marchar dejaba todo listo sobre la silla de mi habitación y al siguiente me despertaba muy emocionada y mucho más temprano de la habitual. Esa excitación de llegar al colegio y ser de las primeras, e imaginar a la banda completa y los sonidos de la trompeta que marcarían el inicio de nuestro marchar, eran de mis mayores placeres.

Siempre he respetado los símbolos patrios y he amado a mi patria como a una madre. Estoy segura de que nunca podría vivir lejos de ella, es parte de mi piel, de mi alma. No me han faltado oportunidades para irme a vivir al extranjero y a lo mejor tener un trabajo mejor pagado o una vida con menos “problemas”, pero nunca lo he podido y ni lo podría hacer. Desde adolescente mis familiares que viven en el extranjero habrían podido llevarme con ellos, de habérselos pedido. Pero el amor de mi vida es mi patria, mi tierra, mi gente, mi México y eso siempre me va a conectar con mis padres, ambos orgullosos mexicanos.

Es un goce inmenso ir al zócalo de la Ciudad de México y disfrutar de los adornos que lo rodean; mi padre desde niña siempre me llevó y lo hicimos cada año hasta antes de su partida. Doy gracias a la vida que amo con toda mi alma los colores de la bandera, los chiles en nogada, el canto de los mariachis, las bandas militares, los puestos de adornos del 15 de septiembre, los gritos de “viva México…”, las campanadas, mis paisanas vestidas de Adelita con sus bellas trenzas obscuras, las sonrisas de los que nos juntamos a escuchar “el grito”, entre tantos otros ingredientes que hacen de ese día una celebración que me alegra el alma misma y me complementa y da fuerza para seguir en el camino de ser una buena ciudadana en todos los aspectos.

Nunca perdamos la gracia y el don de celebrar, ya que eso es una cualidad que nos hace tan especiales y tan mexicanos.

¡Viva México, paisanos!

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