A partir del pasado 20 de enero, se configuró un nuevo escenario en la política internacional. La verborrea anti inmigrante, que raya en la xenofobia y el racismo, así como la intentona expansionista del presidente electo de los EE. UU. hacia Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá, no son hechos anecdóticos ni mucho menos aislados. Son parte de una vieja política impulsada por el sector más reaccionario y beligerante de nuestro vecino del norte, un resurgimiento de las estrategias neoimperialistas de la década de los 80 del siglo pasado.
El regreso de Trump ha fomentado nuevas expresiones radicales de la derecha norteamericana, las cuales sostienen que los Estados Unidos han disminuido de manera paulatina su influencia y poderío económico y militar a nivel mundial, así como su consecuente dominación global.
Este sector derechizado del país vecino se plantea que en el Estado norteamericano, tras la derrota en Vietnam, comenzó a surgir un espíritu colectivo en su sociedad al que llamaron: remordimiento de conciencia. En este contexto, académicos, filósofos, activistas y finalmente políticos, empezaron a rendirse a la creencia de que “había que ser buenos vecinos” y no los intervencionistas que habían sido desde la implementación del Plan Marshall. Para ellos, Estados Unidos empezó a replegar su poderío a propósito. Fue un proceso lento, pero ahora lo podemos ver en perspectiva, ya que a ojos de este sector, este proceso empezó con Jimmy Carter y, aunque según ellos se interrumpió con Ronald Reagan, valoran que su fase más intensa se dio a partir de la llegada de Obama a la presidencia.
Esta estrategia “gobbleana”, valga la expresión, de buscar un enemigo o un culpable de la tragedia y deterioro de la influencia estadounidense, tanto interna como globalmente, fue un pilar de la plataforma política de Donald Trump, misma que sin dudar comenzó a aplicar desde el momento en que tomó protesta como presidente constitucional de aquel país.
Pero, ¿a qué nos enfrentaremos en un futuro inmediato? Este servidor no duda que experimentamos escenarios diversos. A nivel local podrían iniciarse “limpias” disfrazadas de redadas en contra de millones de inmigrantes, violando de manera sistemática los derechos humanos de miles de personas en aquel país. A nivel internacional, podrían promover dictaduras o gobiernos autoritarios que respondan a sus intereses, como ocurrió en Sudamérica con Pinochet, Videla o Stroessner; o en Centroamérica con Ríos Montt, Anastasio Somoza o Tiburcio Carias. Es evidente que tienen los ojos puestos en Venezuela, Ecuador y Perú. Asimismo podrían impulsar la llegada de terroristas al poder, como en Siria, o regímenes genocidas, como el de Israel.
En este escenario, Trump también ha arremetido contra México. Buscando mantener un control regional ante el temor infundado de que nuestro país establezca acuerdos con el mercado chino, ha violentado las reglas más elementales de diplomacia mediante una serie de declaraciones estridentes, carentes de sustento político o diplomático; por ejemplo, las amenazas de imponer aranceles, la propuesta de cambiarle el nombre al Golfo de México (así como se lee), y el intento de vincular al Estado mexicano con el narcotráfico, entre otras.
Hoy, más que nunca, debemos estar atentos. En política no existen las casualidades. El escenario geopolítico cambiará radicalmente con este viraje de 180 grados. La ofensiva encabezada por Trump para intentar retomar la hegemonía mundial, traerá consigo graves conflictos políticos, económicos, sociales… y hasta militares. Por ello, es indispensable que todos los sectores de la sociedad mexicana cerremos filas en torno a nuestra Presidenta, entendiendo que Estados Unidos siempre actuará en función de sus propios intereses, sin importar a quien tenga que pasar por encima.