No es prohibir, es proponer… Demostrar que en la música regional hay espacio para la verdad, pero también para la esperanza. Porque la cultura no se impone: se construye.
Durante décadas, la música regional mexicana ha sido vehículo de identidad, orgullo y resistencia. Pero también, en los últimos años, ha sido copada por una narrativa cada vez más preocupante: la glorificación del narcotráfico. El llamado narcocorrido
—y más recientemente los corridos tumbados— ha ganado presencia en la radio, plataformas digitales y escenarios internacionales con letras que exaltan la violencia, el dinero fácil y la impunidad.
Lo que comenzó como un reflejo crudo de la realidad en zonas golpeadas por el crimen organizado, ha mutado en una industria que normaliza la figura del narco como modelo aspiracional. Y eso plantea un dilema profundo para el Estado: ¿cómo enfrentar este fenómeno sin caer en censura, pero reconociendo su impacto cultural y social?
Desde el ámbito político, figuras como el gobernador Ramirez Bedolla, señaló que en eventos públicos (como espectáculos, bailes o conciertos), la reproducción de esta música será sancionada. En caso de que los cantantes hagan caso omiso al decreto, serán sujetos a una falta administrativa y a su cancelación.
Por su parte, el mandatario estatal sinaloense, Rubén Rocha Moya, ha adoptado una postura más ambigua: reconoció el arraigo cultural del género, pero también pidió responsabilidad a los artistas para no promover el crimen como estilo de vida. en tanto que su homólogo poblano Alejandro Armenta declaró al respecto: “Tenemos que promover valor y procesos asociativos. Yo estoy seguro [de] que los artistas también estarán dispuestos; yo confío en que los artistas de todos los géneros van a buscar cómo contribuir a este mensaje y esta visión que tiene nuestra presidenta para rescatar los valores que tanto le hacen falta a nuestra sociedad”.Por su parte, los propios exponentes del género han defendido su arte como reflejo de una realidad social. Natanael Cano, uno de los rostros más visibles de los corridos tumbados, ha dicho que no es su función educar a nadie, sino contar historias. En contraste, otros grupos como Grupo Firme o Los Dos Carnales han intentado alejarse de las narrativas violentas, apostando por temas de fiesta, amor o identidad, lo cual demuestra que hay espacio para una transformación desde dentro del género.
Cambiar la narrativa no implica imponer una agenda moralista, sino fomentar otras expresiones artísticas que representen realidades distintas: jóvenes que estudian, mujeres que lideran, comunidades que resisten con dignidad. Significa invertir en cultura, no solo en propaganda; en talento emergente, no solo en censura.
En este sentido, la iniciativa México Canta, presentada recientemente por la presidenta Claudia Sheinbaum, representa un paso importante. El programa busca impulsar a nuevas generaciones de músicos regionales con una visión positiva, comunitaria y constructiva, promoviendo concursos, festivales y becas para artistas que cuenten otras historias. No se trata de prohibir, sino de proponer. De demostrar que en la música regional hay espacio para la verdad, pero también para la esperanza.
Porque la cultura no se impone: se construye. Y si queremos que los jóvenes canten otra historia, primero debemos ofrecérsela.