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«Casta divina»

“Cada logro de la civilización es, a la vez, una evidencia de la barbarie”.
Walter Benjamin

 

La península de Yucatán ha tenido una historia de semiautonomía con respecto a México central, lo que ha permitido la preservación de tradiciones y percepciones culturales distintas, a veces más alineadas con lo europeo que con lo nacional mexicano o las mismas tradiciones regionales mayas. Esto explica la relevancia que todavía tienen en el patrimonio conmemorativo urbano de la ciudad de Mérida los conquistadores Francisco de Montejo, padre e hijo, en contraste con la capital del país donde fue removida del Paseo de la Reforma la estatua de Cristóbal Colón. Aquello ayuda también a esclarecer su ambigua relación con la autodenominada «casta divina»[1], esas familias criollas yucatecas que controlaban la producción de henequén y ejercían poder político y social, consolidando su estatus a través de matrimonios y alianzas estratégicas que les ha permitido mantener y expandir su influencia, sometiendo a la población mayoritaria de origen maya hasta nuestros días.

Los esfuerzos descolonizadores en México a lo largo de su historia han sido un proceso continuo de luchas para liberarse de las estructuras políticas, sociales, culturales y económicas opresoras. Sin embargo, con la celebración de los 500 años del «descubrimiento de América»[2], en 1992, se revitalizó el debate sobre la resistencia indígena en la formación de nuestra identidad nacional con un nuevo movimiento iconoclasta[3] que cuestionó a las figuras históricas vinculadas con el colonialismo, logrando la emblemática remoción de la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma el 10 de octubre de 2020, con lo que se pudo visibilizar en el imaginario colectivo la contradictoria aportación civilizatoria de uno de los íconos de la invasión europea a nuestro continente.

Cuando el Congreso de la Unión declaró al año 2024 como “Año de Felipe Carrillo Puerto, Benemérito del Proletariado, Revolucionario y Defensor del Mayab” se elevó en la discusión pública el papel de la “casta divina» en el asesinato del gobernador de Yucatán durante la rebelión delahuertista, así como en la llamada Guerra de Castas, el conflicto armado iniciado en 1847 por los indígenas mayas, cansados de la opresión, explotación laboral, despojo de tierras y discriminación por parte de las élites criollas, que culminó con la ocupación del bastión de Chan Santa Cruz[4] por el Ejército Mexicano en 1901, marcando una de las rebeliones indígenas más prolongadas de América Latina y símbolo de la resistencia indígena en México.

Sin embargo, al igual que los conquistadores de la península de Yucatán, la «casta divina» mantiene lustre social dentro de la sociedad yucateca —hasta un restaurante de comida tradicional lleva ese nombre— y, si bien, no superan en prestigio a la antigua civilización Maya, sus descendientes, el pueblo maya explotado durante siglos, los que aportaron con trabajo esclavo a la riqueza de las élites, permanecen invisibilizados. Figuras como Cecilio Chi y Jacinto Pat, que lograron asediar a Mérida ocupando vastas extensiones de territorio durante la primera etapa de la Guerra de Castas, cuentan con monumentos en Chetumal, pero a Manuel Antonio Ay, cuyo arresto y ejecución fue el detonante del conflicto, a los líderes guerrilleros Crescencio Poot y Dionicio Zapata, ni a los pueblos mayas que lucharon con ellos, nadie los recuerda.

Los reclamos de la Guerra de Castas siguieron vigentes para la población rural de la península durante más de un siglo, en detrimento del desarrollo social, económico y político de sus comunidades, hasta que se puso en marcha el proyecto del proyecto del Tren Maya. Esto ha favorecido a las comunidades rurales de la península de Yucatán con la generación de empleos,[5] por el incremento del turismo en las zonas remotas fomentando la creación de nuevos negocios locales como hoteles, restaurantes, tiendas de artesanías y servicios de guías turísticos, por la mejor la conectividad reduciendo tiempos y costos de transporte para facilitar el acceso a mercados para productos agrícolas y artesanales, revitalizando el tejido social de las comunidades y reduciendo la migración a las ciudades.

Más allá de pedir perdón, reparar el daño y dar garantías de no repetición, la reivindicación implica transformar de raíz las estructuras que permitieron la injusticia para restaurar la dignidad de los pueblos sometidos para que brillen con la luz de la grandeza de su legado, y sin intención de agraviar a los herederos de la «casta divina», es justo pedirles que reconozcan el papel depredador que tuvieron en la historia, que asuman su responsabilidad y actúen en consecuencia, como lo ha hecho el Gobierno de México.


[1] Algunas de las familias más destacadas que se identifican con esta élite son los Peón, Cámara, Escalante, Molina, Cantón, Ponce, Casares y Rendón así como cualquier combinación de uniones familiares endogámicas, al estilo de la realeza europea.

[2] El día que quisieron derrocar la estatua de Cristóbal Colón

[3] La iconoclasia ha sido un fenómeno presente en diferentes momentos de la historia, pero recientemente ha sido asociada con movimientos sociales contemporáneos que buscan cuestionar y reevaluar a las figuras históricas vinculadas con cualquier forma de opresión.

[4] Llamada desde 1934, diez años después de su asesinato, Felipe Carrillo Puerto.

[5] ONU-Habitat analiza el impacto del Tren Maya

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