Los recientes triunfos de Claudia Sheinbaum a nivel nacional y Clara Brugada en la Ciudad de México representan una victoria significativa para la mayoría de los mexicanos que buscan una representación auténtica y justa. Estas victorias no solo simbolizan el ascenso de dos mujeres a posiciones de gran poder, sino que también reflejan una respuesta contundente contra las prácticas clasistas y elitistas que han permeado la política mexicana durante décadas.
Claudia Sheinbaum se convierte en la primera Presidenta de México y de Norteamérica, dato no menor en el contexto actual geopolítico. Su victoria no fue simplemente una cuestión de ganar votos; sino un reflejo del deseo colectivo de los mexicanos por una líder que verdaderamente comprendiera y representara sus necesidades y aspiraciones. Sheinbaum ha sido una defensora incansable de las políticas progresistas, centradas en la inclusión social y la igualdad de oportunidades, desafiando así las estructuras de poder tradicionales que favorecen a una minoría elitista.
El clasismo y el elitismo fueron evidentes en las críticas que Sheinbaum enfrentó durante su campaña. Sus opositores intentaron deslegitimar su candidatura al enfocarse en su origen y en su enfoque de políticas públicas que buscan beneficiar a las clases menos favorecidas. Sin embargo, su capacidad para conectar con la gente común y su visión de un México más inclusivo y equitativo resonaron fuertemente entre los votantes, quienes vieron en ella una esperanza para un cambio verdadero.
Paralelamente, Clara Brugada, una política de larga trayectoria en la Ciudad de México, ha emergido como una líder ejemplar al ganar la contienda electoral en la capital. Brugada, quien ha trabajado arduamente en Iztapalapa, una de las áreas más marginadas de la ciudad, ha demostrado que el compromiso genuino con las comunidades locales puede traducirse en un apoyo electoral significativo.
Durante su campaña, Brugada también enfrentó una serie de ataques clasistas que intentaron desacreditar su trabajo y su capacidad para liderar. Sin embargo, su enfoque en la mejora de los servicios públicos, la infraestructura y la calidad de vida en las áreas más necesitadas de la ciudad, así como su conexión auténtica con la población, le permitió superar estas barreras y obtener una victoria contundente.
La oposición, conformada en su mayoría por partidos y candidatos alineados con intereses económicos y sociales privilegiados, basó gran parte de su estrategia en el clasismo y el elitismo. Las campañas se caracterizaron por una retórica que menospreciaba a las comunidades marginadas y sugería que solo una élite educada y adinerada era capaz de gobernar eficazmente. Esta visión no solo es profundamente desconectada de la realidad de la mayoría de los mexicanos, sino que también perpetúa una división social que ha frenado el desarrollo equitativo del país.
Los ataques clasistas no se limitaban a críticas personales contra Sheinbaum y Brugada, sino que también se manifestaban en la promoción de políticas que favorecen a los sectores más ricos y poderosos de la sociedad, a expensas de la mayoría. La retórica elitista sugería que el progreso solo puede lograrse a través del mantenimiento de un statu quo que beneficia a unos pocos.
Los triunfos de Claudia Sheinbaum y Clara Brugada marcan un punto de inflexión en la política mexicana. Estos resultados electorales envían un mensaje claro: los mexicanos están cansados del clasismo, y la visión de unos cuantos, que han dominado la esfera política y están listos para apoyar a líderes que representen verdaderamente sus intereses y aspiraciones. La ahora Presidenta electa representa la visibilización de los siempre olvidados.
Ambas victorias representan una esperanza renovada para un futuro donde el México de unos cuantos, el clasismo y la aporofobia sean reemplazados por la igualdad y la justicia social, demostrando que el verdadero poder reside en la voz del Pueblo.