Recrudece una violencia que ya estaba ahí, que se derivada de la Guerra que el Estado provocó por un error de cálculo histórico, pero no me refiero al corto plazo, a la de Calderón del 2006, sino a una decisión tomada en 1915.
Corrían los años del Constitucionalismo, en plena Revolución, y de oleadas prohibicionistas que México y Estados Unidos protagonizaron por presentarse como naciones modernas y moralizadas desde una óptica victoriana. Los del norte prohibieron el alcohol y todo lo que giraba torno a él y México , las drogas.
El Cónsul de México en San Diego, California, reportaba presionado por los estadounidenses como “jóvenes buenos” cruzaban cada semana a Tijuana para consumir opio. Asociaba ello a los chinos pues éste llegó al país a través de ellos.
El funcionario federal los calificaba como una sociedad de vicio. Lo que no entendía era que el opio formaba parte de las prácticas culturales de ellos. Como nosotros comer tortillas. Es un tópico cultural.
El Cónsul dijo que la solución era prohibir su consumo. Con eso, sus precios serían tan altos que iba a terminar su consumo. Quiere decir que hasta 1915 el consumo e importación de opio era legal así como el de drogas asociadas.
Los documentos de la época dicen cómo los empresarios del opio -importadores y dueños o regentes de fumadores- imploraron al gobierno federal no tomar esa medida. Incluso, propusieron pagar aranceles más elevados pero que les permitieran mantenerse en el reducto de lo legal.
El prohibicionismo prosperó, los empresarios de las drogas pasaron a la clandestinidad pero el consumo no desapareció. Los altos precios no hicieron más que enriquecerlos y, con el paso de las décadas, darles un poder adquisitivo para comprar y corromper a quien fuera.
Las autoridades de 1915 y posteriores -hay cartas de agradecimiento a Álvaro Obregón, por parte de sociedades temperantes de los estados fronterizos del vecino del norte por mantener las medidas prohibicionistas que mantenían a salvo a sus juventudes- sentaron así el antecedente del nacimiento de los carteles contemporáneos.
Como dijo el Secretario Durazo, es una asunto de décadas, en cuyo proceso se cambió discurso, imagen y forma de enfrentarlo. Antes de la prohibición, el tema era de salud pública y se combatía con educación, no con balas. Los adictos eran tratados como pacientes, no como criminales.
El Estado provocó la violencia que hoy sufrimos, cuyo chivo expiatorio siguen siendo las drogas. Todo aquel que no conoce la historicidad del tema, la relaciona sin más al llamado crimen organizado. Pero la violencia la propició el estado y es lo que hoy se pretende cambiar. El prohibicionismo nos ha violentado a todos y de manera histórica.
Josué Beltrán Cortez. Tijuanense liminar. Historiador metido a la antropología. Comentarista y analista del ethos social.
@BeltranCortez