Efervescente ha sido la discusión a partir de la controversial pero geopolíticamente hábil, útil e inteligentísima jugada maestra del Presidente Andrés Manuel López Obrador, al darle voz durante la celebración del 16 de septiembre pasado al Presidente cubano Díaz-Canel y al haber intercedido por el Pueblo cubano -no por el Gobierno- en un sensato y respetuoso mensaje a los Estados Unidos pidiendo fin al terrible, irracional y agotador bloqueo a la nación caribeña (llamado que se ha hecho frecuentemente en la ONU por parte de muchísimos países). Asimismo, está la discusión de haber “permitido” que el Presidente Nicolás Maduro estuviera en la pasada Cumbre de la CELAC. Esto no fue tanto una jugada como su obligación y función de jefe de Estado y Presidente congruente de un país con una política internacional respetable y consolidada —como la de México— y que pese a lo que la siempre viperina derecha vaticinaba en 2018 en los albores del sexenio, que “se iba a destrozar la política exterior de nuestro país” mientras afirmaban con toda estulticia e insensatez que “López (Obrador, aunque les cueste) no habla inglés y tampoco tiene intenciones de salir del país”, cuando el más cenutrio e imberbe personaje que ha gobernado México los últimos años, de apellido Fox, dejó caer nuestra política internacional al abismo (sobre todo con Cuba pero también en general), aunque sí hablaba inglés y salía mucho del país. Y hoy, pese a todo lo que podrán seguir vociferando por su irracional y visceral odio, el hoy Presidente de México y su Canciller, Marcelo Ebrard, están haciendo un trabajo verdaderamente encomiástico y de grandes alcances que pocos estadistas han logrado en la política internacional en nuestro país.
Cuando hay una discusión de cualquier tema se puede estar a favor o en contra. Pero se debe tener argumentos sólidos y racionales para defender o atacar. Si no se tienen, cualquier intento de manifestar tanto apoyo como oposición es absolutamente inútil y deja en ridículo a quien quiere hacerlo. Es lo que no pueden entender aquellos quienes impulsiva o interesadamente se manifiestan de forma acalorada y pasional en redes o en la prensa.
Los antecedentes de la cuestión con las relaciones con Cuba u otros países últimamente son plenamente conocidos pero escasamente sopesados.
En el caso específico de la isla caribeña, en pro de la Revolución Castrista se puede decir que fue la generadora de un Pueblo enormemente culto, sin analfabetismo, estupendamente educado en las ciencias, las artes, los deportes y con una gran mentalidad crítica, muchísimo más que la de la población estadounidense o la nuestra mexicana. Esa igualdad de oportunidades les trajo el comunismo, aunque con sus consecuentes limitaciones (como en todo el bloque socialista) por la Guerra Fría y todo el aislamiento que tuvieron todos los países de aquel lado del muro. Todo ese bloque pagó un precio muy caro por el gandallismo de quienes manejan el poder en el mundo capitalista. Hasta que se derribó el muro. A algunos les países convino, otros involucionaron terriblemente.
En efecto, el régimen revolucionario castrista ha durado más de lo que cualquier país puede soportar. Se concentró demasiado el poder en una sola figura —que por fortuna fue un estadista de la dimensión de Fidel Castro— y por ello cayó en muchos errores, pero también a causa del bloqueo de los Estados Unidos. Juntos, nuestro vecino del norte y Cuba comenzaron un terrible círculo vicioso del que el único que no se ha liberado, y el más afectado, oprimido y abatido por ello, es el Pueblo cubano. Ni el gobierno de la isla, ni Estados Unidos, han sido perjudicados. Todo por el nefando y amoral “a ver quién se cansa primero”. Y allí, tanto el régimen “liberal” estadounidense como el socialismo con tantos frutos pasados hoy parecen haber sido un rotundo fracaso para todos.
Me pregunto: los diferentes gobiernos de Estados Unidos —desde antes de la Guerra Fría—, ¿no han demostrado ser una dictadura mundial? ¿No han controlado el mundo a su antojo en aras de implementar su supuesta democracia y libertad? ¿No están cada vez más arrinconados al resultar falsas estas premisas? ¿No es también el Pueblo norteamericano quien se ha visto totalmente manipulado —y explotado— por todas esas guerras innecesarias para dizque instaurar su democracia (como en Iraq, Vietnam o recientemente Afganistán), o imponerse a la soberanía nacional de países con gobiernos de izquierda —como Venezuela o Bolivia, todo un botín de petróleo y litio para el mundo capitalista)— y cuyo sector más consciente y pensante siempre se ha escandalizado e inconformado por esa insistencia colonialista y controladora de sus gobernantes que ha demostrado ser también un rotundo fracaso?
Y, ¿México no tuvo una dictadura? ¿No es la 4T el resultado del hartazgo de un Pueblo ante una dictadura por debajo de la mesa, cuyos gobernantes hacían lo que querían —nos robaban, vendían nuestro país a intereses extranjeros, nos intimidaban, nos manipulaban, nos maleducaban, nos chatarrizaban hasta la comida, nos engañaban— mientras nos decían que el país avanzaba? ¿No nos dejaron el país a punto de un estallido por una corrupción espeluznante, una impunidad vergonzosa, una desigualdad económica monstruosa y una mentira neoliberal de las que aún no acabamos de salir?
Para mí, capitalismo o socialismo como doctrinas no son malas ni disfuncionales. Quienes no funcionamos, quienes siempre erramos somos nosotros, los seres humanos, los más inteligentes —supuestamente— de la naturaleza… Pero al ser los más ambiciosos y los más aprovechados y al ver al mundo solamente como un botín que explotar para un puñado de los poderosos —quienes manipulan como títeres a los gobiernos que se dejan— me hace pensar que, por más evolucionados que ostentemos ser, el mundo nunca tendrá remedio si seguimos alimentando esta farsa mentirosa. Sobre todo, la mentira de quienes tienen el poder sobre los Pueblos, y de quienes los manipulan. Es por ello que, sin afán de exagerar, hoy más que nunca México está en una posición privilegiada al tener a un verdadero demócrata, estadista y hombre de su tiempo, sensible y consciente, al mando del país.