Los resultados de la “pobre” —según la óptica desde la que se quiera ver— asistencia de la población y del supuesto “fracaso” de la Consulta Popular del 1º de agosto pueden desanimar y desencajar a muchos, o engañar a otros, si no se razonan y analizan los siguientes puntos:
- Como bien se sabe, los tiempos en los que “bondadosa y caritativamente” se accedió a publicitar y difundir la Consulta por medio de la autoridad electoral fueron de una premura irrisoria. Con ello, la difusión —poca, suficiente o mucha—, nunca pudo penetrar con la fuerza y eficiencia necesarias a la mayoría de la población.
- El Presidente López Obrador dio en algunas ocasiones señales vagas al no haber dicho —de la manera tan incisiva y recalcitrante como muchas cosas que siempre afirma diariamente en las mañaneras— que con la vinculación de la Consulta se podrían crear Comisiones de la Verdad, su mecanismo y para qué sirven.
- La evidente barroquización —de la que The Economist tan lamentable y dolosamente culpó a Andrés Manuel López Obrador, comparándolo además despectivamente con Cantinflas— de la pregunta en la Consulta Popular (editada a modo por la Suprema Corte de Justicia) pareció un verdadero despropósito para confundir y tergiversar la directa y verdadera pregunta.
- La funesta y desafortunada campaña chantajeando el supuesto gasto excesivo de la Consulta por la autoridad electoral, cuyo total fue en verdad como quitarle un pelo a un gato en comparación con: los montos del FOBAPROA; el saqueo de tantos funcionarios; líderes sindicales corruptos; empresas extranjeras concesionarias de las riquezas naturales a lo largo de los últimos 40 años; los “moches” que se daban a los legisladores durante los sexenios pasados para comprarlos y aprobar leyes a modo (con el fin de vender nuestras riquezas al mejor postor o delincuente de cuello blanco); del vergonzoso derroche de las cárceles a manos de privados, y los costos sociales de las guerras contra el narco, de la Guardería ABC, de los miles de desaparecidos (incluyendo los de los jóvenes de Ayotzinapa), de los feminicidios, masacres y torturas e incluso comparado con lo que el INE cuesta en un año.
- La capacidad de manipular a un importante sector de la población gracias a la desinformación y las noticias falsas, lanzadas por varios medios tradicionales (y en las redes sociales de “influencers” con millones de seguidores) quienes destilan su odio al actual gobierno, aunado a su falta de preparación o su incapacidad de ser objetivamente críticos y que, desgraciadamente, cuentan desgraciadamente con mucho poder de penetración en poblaciones donde no tienen acceso a internet y a redes sociales. Esto, a su vez, generó el punto 6.
- El desconocimiento e incapacidad de analizar críticamente la historia reciente por parte de un alto porcentaje de la población, que aún parece no reconocer ni entender la necesidad de girar el timón 180 grados en la conducción del país, por estar mal informada o informada a medias. Además, está la herencia sempiterna de desconfianza a cualquier asunto que tenga que ver con la palabra “autoridad” , “política “ o “gobierno”, cuando es precisamente con esta consulta que se nos está dando precisamente esa autoridad como Pueblo, y que nos hemos quejado de no tener durante tantos años.
Una buena parte de la sociedad, aunque en 2018 haya votado por el cambio de régimen tan inminentemente necesario, hoy parece miope y apática a lo que significó este hito histórico del que tomarán varios años más empezar a reconocer resultados definitorios, cruciales y determinantes. - No haber incluido la Consulta en las elecciones intermedias del 6 de junio: hubiera sido, para la oposición y para aquellos que le temen a un juicio histórico y político (y al proceso legal), un verdadero problema. Muy lamentable de parte de los legisladores.
- El inexplicable cambio repentino de muchas casillas de votación desalentó, decepcionó y confundió a mucha de la población que estaba dispuesta a acudir a votar.
- Gran parte de la población, apoyando o no al gobierno actual, está exasperada y decepcionada por la lenta acción de la Fiscalía General de la República y de su titular, Alejandro Gertz, por su poca comunicación, y por haber dejado en un suspenso a casos emblemáticos que hubieran sido determinantes para una mayor reivindicación de la aún muy popular imagen del Presidente. Me refiero,en concreto, a los sonadísimos casos de Salvador Cienfuegos y Emilio Lozoya, entre otros.
Con ello se ha abonado sin duda a la apatía popular. - La representatividad de la respuesta habla por sí misma. Casi siete millones de votos (pregunto: ¿cuántos votos tuvo el PRD o el PVEM en las elecciones de junio pasado?) y casi en su totalidad por el “SÍ” hablan elocuentemente no de un fracaso, sino del inicio de una nueva etapa de participación popular institucionalizada, de cuya importancia le irá “cayendo el veinte” poco a poco y a lo largo del tiempo al apático (y aún en mucho políticamente inmaduro) Pueblo de México.