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Contra el autoritarismo

Andrés Manuel conoció a Carlos Pellicer en 1972. Conforme a la gran investigación de Héctor Alejandro Quintanar, ese año el poeta regresó a Villahermosa a organizar una ampliación en el museo de Tabasco. Ambos personajes quedaron prendidos, y él le ayudó a llegar a la Casa del Estudiante de Tabasco cuando supo de sus intenciones de estudiar Ciencia Política en la UNAM.

Cuatro años después, José López Portillo se acercó al poeta en un intento de aproximar a los intelectuales a su gobierno, y le ofreció un escaño senatorial. Pellicer aceptó e invitó a cuatro jóvenes estudiantes para que le ayudaran en su campaña. Uno de ellos era López Obrador. La organización se basó en reuniones municipales que permitieran conocer los problemas locales de manera directa.

Dice Héctor Alejandro Quintanar del poeta:

Pellicer había expuesto ya su talante ideológico en múltiples ocasiones: había sido un defensor de la República Española en los tiempos de la Guerra Civil, opositor a las dictaduras latinoamericanas y crítico fuerte del fascismo. Para AMLO, ello tenía un denominador común que aprender: estar siempre del lado opuesto al autoritarismo.

El segundo maestro político de Andrés Manuel[1] le legó una lección que hoy debe permear en todo el movimiento: el rechazo al sometimiento absoluto a la autoridad.

Este rechazo puede formularse en positivo como la exigencia de que la autoridad siempre tenga algún sentido humano. La autoridad no es valiosa en sí misma, sino solo como herramienta para impulsar acciones colectivas que redunden en beneficio del Pueblo. La neurosis de quienes buscan imponer su voluntad sin más debe rechazarse siempre; independientemente de quien venga y sin importar las facultades formales que pretendidamente la sostengan. Esto no significa negar la coacción que muchas veces está inevitablemente detrás del poder; únicamente significa dejar en claro que la facultad formal nunca es suficiente para justificar una decisión pública, al menos no al interior del Obradorismo. Nuestras decisiones deben ser siempre mediadas por un razonamiento tenso entre el pragmatismo y el humanismo. Esto es así incluso desde una perspectiva jurídica: toda autoridad está obligada a velar por los derechos humanos en el cumplimiento de sus funciones.

Uno de los escenarios ideales para llevar esto a la práctica es la Administración Pública Federal. El cambio de régimen pasa, explicado de manera muy sencilla, porque las cosas se hagan de manera diferente. Si la gente no siente el cambio, estamos en problemas. Donde el régimen anterior puso opacidad y corrupción, debemos colocar transparencia e integridad. Donde colocó indolencia y torpeza para resolver conflictos, debemos lograr sensibilidad política y destreza social para generar consensos. Donde hay silencios y complicidades, debemos anunciar el cambio y romper con las cadenas de impunidad. Y, sobre todo, donde todavía imperan impulsos autoritarios, debemos oponer resistencia humana y generosa, pero también decidida y contundente. Una de las formas de supervivencia del neoliberalismo se da en los cuadros que han sabido aferrarse a las oficinas gubernamentales como si su ocupación se tratara de un derecho divino. No podemos permitirlo. Cuando menos debemos empezar a denunciar a los quistes neoliberales que, lamentablemente, no son pocos ni inocentes.


[1] El primero fue su profesor de civismo en la secundaria: don Rodolfo Lara Lagunas; figura importante para comprender la vocación política de AMLO.

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