Hablé por teléfono con una querida amiga; iba camino al aeropuerto porque va a participar en las Conferencia sobre el Cambio Climático (COP 26) en Glasgow, Escocia. Alcancé a decirle, que le deseaba (y a todas las personas participantes) el mayor de los éxitos, porque como habitantes de este planeta nos conviene que las cosas avancen.
En efecto, en las próximas semanas se celebra en este país europeo la COP26 (por el número consecutivo de reuniones que ha habido). Este año adquiere especial relevancia ya que hace unas cuantas semanas el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) anunció en su sexto informe que las medidas globales para frenar el cambio climático no sólo han fracasado, sino que incluso han agudizado los peores escenarios previstos desde la Cumbre de Kioto, que los países tomaron como marco de referencia en la década de los 90s para comprometerse a realizar acciones urgentes para frenar el cambio climático mundial y evitar subir la temperatura promedio mundial por arriba de 1.5°C.
El panel de expertos muestra con datos duros y evidencia científica que los glaciares de todo el mundo están desapareciendo; el deshielo de los polos puede tener efectos catastróficos no solo por subir el nivel del mar, sino también porque puede afectar el equilibrio de la temperatura global y llevarla a niveles promedio mucho mayores a 2°C. Igualmente, advierte que los procesos meteorológicos serán de mayor frecuencia e intensidad; es decir que los huracanes, ciclones, ondas de calor, frentes fríos y fluctuaciones abruptas en la temperatura afectarán a todo el planeta, pero mayormente en los territorios insulares, las costas y las zonas agrestes de todo el mundo.
La novedad no es lo dicho arriba, sino que los esfuerzos mundiales han sido inútiles, porque han estado llenos de buenas intenciones y compromisos aislados, pero sobre todo de incumplimiento de todos los países, en especial las grandes economías como China y Estados Unidos, que prácticamente no se han movido en su afán colonialista, ni siquiera hacia punto neutro un favor de la paz ambiental en el mundo.
El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, alertó recientemente que la única vía sostenible es que el mundo reduzca cerca de 50% de sus emisiones, y que llegar a la meta cero en el 2050 está muy lejos de lograrse. Jóvenes como Greta Thunberg advierten con mucha razón que el ‘bla, bla, bla, bla’ no nos está llevando a ningún lado. El secretario general de la ONU hizo referencia a lo que se llaman las NDC (las contribuciones nacionales determinadas por sus siglas en inglés) que, en el caso de México, reportan un incremento marginal y una reducción considerable solo es factible con financiamiento. El esfuerzo global para lograr reducciones mayores al 7.5% en los próximos años no se ve factible. El mismo Guterres advierte que incluso para países como México y el grupo ampliado del G20, sus reducciones no se verán reflejadas en sus compromisos en los acuerdos de París.
Mientras todo esto sucede, en México nos debatimos entre las nuevas leyes energética y las “fuercitas” entre Morena y el bloque opositor. Las prerrogativas y beneficios que tuvieron empresas privadas nacionales e internacionales al cobijo del antiguo régimen se defiende como “gato panza arriba”: disfrazadas de una preocupación ambiental, pero que en realidad solo quiere proteger intereses creados por grupos privilegiados en los últimos sexenios. El acceso privatizador de los recursos estratégicos, como la energía eléctrica y los hidrocarburos, ha llevado a muchos países a una grave dependencia de los intereses privados. España, Inglaterra e Italia son un ejemplo de cómo sufren otros costos los consumidores finales, justo al inicio ahora de inviernos más gélidos que ocasionará una mayor demanda de calefacción en los hogares. La regulación de tarifas de energía eléctrica propuestos en la reforma energética podría impedir los abusos. No obstante, sigo pensando que el Gobierno Federal no es claro en relación con una política de renovables y mucho menos una política estratégica para cambiar de rumbo los gastos energéticos, o, si lo piensan, no lo explican bien.
La pandemia mundial por covid-19 nos mantiene expectantes, es evidente que, en primer lugar, no hemos acabado y mucho menos controlado las eventuales mutaciones o nuevas epidemias y, en segundo lugar, tampoco es evidente que como mundo estemos decididos a cambiar las formas de hacer las cosas. Por eso el informe del IPCC es alarmante, por eso reitero que nuestro país debe recuperar un papel fundamental en el cambio de rumbo en las formas de producir energía, reducir el gasto energético y generar nuevas formas de movilidad y consumo entre todos los humanos. México tiene que hacer su parte más allá de los pleitos callejeros o de pasillo en el Congreso de la Unión. Hago votos porque esto suceda, esperemos buenas noticias a COP26. Una duda, ¿nuestras autoridades ambientales estarán allá?